Niño palestino tras las rejas, de la serie de dibujos de los niños de la Franja de Gaza, recopilados por MECA para exponer en EE.UU, donde la exposición fue censurada. https://www.palestinalibre.org/articulo.php?a=34626.
Por Gilma de los Ríos Tobón.
Unas pequeñas y bellas manos, colmadas de significados y posibilidades, que inspiran ternura. Unas pequeñas manos que uno quisiera llevar entre las propias, como expresión de protección y amor. Unas pequeñas manos que unidas con muchas otras, contagian su inocente alegría, al celebrar la amistad, el juego, el deporte, la danza. Unas pequeñas manos que deberían tener un lápiz en ellas, con muchos sueños y anhelos de aprender y poder aportar algo a su gente y al mundo.
Unas pequeñas manos amarradas con esposas en la espalda, cuando un niño es arrastrado salvajemente por cuatro o seis hombres fornidos, armados y con uniformes, que se burlan de él mientras lo maltratan. Unas manos que deberían estar extendidas hacia la esperanza de construir realidades mejores, ahora se aferran a unas rejas que les quitan la poca libertad que han tenido, desde que su tierra fue ocupada, encerrada como una inmensa cárcel y oprimida a diario. Unos ojos de dolor e impotencia, colmados de preguntas hacia esa realidad injusta y cruda que prematuramente los envuelve y violenta. Quizás es el mismo niño que hace unos instantes tuvo el valor de defender a otro amiguito, que el poderoso ejército agredía, sin consideración alguna.
Escucho en el video de Obaida, de Mathew Cassel, quien da voz a las experiencias de estos niños, a un adolescente de 15 años que ya ha sido dos veces encarcelado. Cuenta que vive como miles de palestinos, refugiado en su propia tierra. Recuerda cuando era llevado con todo el uso de la fuerza con sus manos esposadas en la espalda y sus ojos vendados. Como no podía ver, le decían que había escalas para que al intentar subirlas se cayera, lo que era celebrado como un chiste por sus captores. Lo tuvieron varios meses, en los que se preocupaba a diario de cómo se atrasaba en sus estudios y si podría continuar estudiando cuando estuviera fuera de prisión. Cuenta que cuando al fin salió, después de vivir esta pesadilla, le tocó dejar su colegio, pues ya era imposible poder continuar. Mas no se da por vencido. Ingresa a una escuela de agricultura y aprende a recobrar la sonrisa con las semillas y los sembríos que germinan.
En mi infancia se le decía “aprovechados”, de manera peyorativa, a los grandes, así fueran jóvenes, que maltrataban a un niño. Esto, se decía y lo sabemos, es ante todo cobardía. Pero en esta lucha que siempre ha sido desigual, se vuelve natural que el ejército israelí, no tenga compasión alguna con los niños palestinos. Y mientras el mundo reconoce el valor inmenso de los niños, y muchas constituciones colocan sus derechos como preferentes frente a los demás, pareciera que para los ocupantes los niños se volvieran cosas, con las que pueden maltratar aún más a los palestinos mayores, que rodean esta tragedia. Padres agredidos en lo más sagrado, en lo que da sentido a sus inciertas vidas, en sus niños, sus hijos.
Desde la ocupación de Palestina en 1967, hasta 2020, hay cifras que hablan de más de un millón de palestinos presos, de los cuales 50.000 son niños. En Israel hay más de 220 niños tras las rejas en el 2021. Y muchos niños han sido asesinados en embates bélicos. El pasado mes de mayo, en medio de las bombas que llegaban a Gaza, 67 niños murieron, además de otros cientos de muertos y heridos. Víctimas recordemos no solo son los que reciben directamente la muerte o las heridas. Víctimas son los que sobreviven a este horror y cargan más dolor todos los días, mientras caminan por calles colmadas de destrucción o frente a un muro que llegó a su entorno y paisaje y les rompió la vida. Niños que la UNICEF reclama que necesitan asistencia urgente, si no se quieren consecuencias nefastas para ellos.
Que los niños sean las víctimas de hoy y de mañana, es algo que debería tocar y avergonzar a toda la humanidad. Los niños son el futuro, lo oímos a diario. ¿De qué futuro hablamos? Me pregunto cómo se impacta el cerebro de estos niños, ávidos de aprender y colmarse de todo lo que invita a celebrar la belleza de la naturaleza y el milagro de estar vivos, cuando el mundo los deja inmersos en un dolor continuo e imborrable, colmado de muertos amados y las huellas del terror y la destrucción han quedado en un paisaje gris de escombros, donde deambulan con los sueños perdidos.
Por eso no es de extrañar que algún día un niño, viendo alguna agresión tome una piedra y la lance contra los tanques o corazas de quienes los invaden. Pero no solo los detienen por algún incidente específico. La sola sospecha les da derecho a actuar. En Cisjordania sucede algo impensable: los niños son juzgados por tribunales militares. Leo los testimonios de algunos de estos niños. “Me llevaron a un campo militar en Jerusalén y allí me obligaron a firmar un papel en hebreo aunque no quería ni entendía. Me tuvieron el primer día sin comida ni agua. Me interrogaron varias veces sin que tuviera un abogado”. Generalmente, una simple sospecha de los ocupantes, o una palabra, un gesto de valor al enfrentarlos o cualquier protesta frente a un hecho injusto, son razones para detenerlos. Pero en Israel tienen la figura de “prisión administrativa”, la cual les permite arrestar palestinos sin cargos.
A Hussan un niño de 14 años lo detuvieron así, sin razones, y lo confinaron aislado y en soledad total en un espacio que él denomina “asqueroso”. “Era un baño, afirma. Sobre el piso ponía la cobija”. Pensó que serían pocos días, pues asegura no había hecho nada, pero según los israelíes, detectaron su intención de generar un ataque, lo que en 14 meses detenido no pudieron demostrar. ¿Detectaron su intención? ¿Cómo se detecta una intención de la que no hay prueba alguna? ¿Tienen acaso el poder de leer la mente?
Algunos niños son sacados de sus casas para encarcelarlos, en las redadas que hacen los ocupantes, muchas veces después de la media noche, generando un gran dolor familiar y la conciencia de un amanecer oscuro que se repetirá todos los días, sin saber hasta cuándo. Los niños de Gaza y Cisjordania ocupadas, han nacido y crecido en cárceles. Los muros las separan y la fragmentación y ocupación de su territorio, las dejó aisladas.
Inmersos en cientos de estas historias aparecen los padres de estos niños, que a su vez deben sufrir, las pocas ocasiones que les permiten visitar a sus hijos, otra pesadilla para lograrlo. Palestina ocupada está colmada de puestos de control donde son maltratados y les enredan hasta donde sea posible su ansiada movilización para ir a verlos. A muchos padres también les han dado en la Corte documentos en hebreo que no pueden entender.
Pero, ¿qué dice Israel? “Que los menores que detiene son amenaza para la seguridad nacional”. Y se niega a escuchar los múltiples llamados de las organizaciones de Derechos Humanos y de los Derechos y protección de los niños. Y quizás para poderlos pronto maltratar aún más como adultos, para Israel los niños de Palestina son mayores de edad a los 16, a diferencia de los niños israelíes que como la mayoría en el mundo llegan a ser mayores a los 18. La Convención del Niño en su artículo primero también define al niño como todo ser humano menor de 18 años.
Algunos pedían con la llegada y el incremento de la pandemia, como algo humanitario y necesario, liberar a los niños por defensa de sus derechos. En ese país, calificado como de los más exitosos con sus planes de vacunación, parecen no ver que en Palestina, el país que ocupan, se continúa la lucha por el acceso a las vacunas de sus pobladores, y esta petición como todas, no fue escuchada.
Con relación a la privación de la libertad de los niños la normatividad internacional sostiene, en el artículo 37 de la Convención de las Naciones Unidas sobre los Derechos del Niño, que ninguno de ellos puede ser privado de su libertad ilegal o arbitrariamente. Que el arresto, la detención o encarcelamiento de un niño se hará de conformidad con la ley y se utilizará únicamente como medida de último recurso y durante un período de tiempo breve, y que debe existir un trato humano y digno. Ese último recurso de que se habla, es en el caso de los israelíes el primer recurso.
Los niños son tratados como “un proyecto de saboteadores” y sujetos además a vejámenes de todo tipo con torturas físicas y sicológicas. Pero no solo es el arresto. A este se suman altas multas de dinero muy difíciles de pagar en las condiciones que viven sus familias y que facilitan redes de chantaje y extorsión.
La Convención del Niño en el artículo 16 dice: “No se podrá hacer interferencia arbitraria o ilegal a un niño en su vida privada, su familia, su hogar o su correspondencia, ni ningún ataque ilegal a su honor y reputación». Y agrega que el niño debe ser protegido por la ley de tal exposición o daño. Sin embargo, en esta realidad no solo los arrestan a diario, sino que también se vulneran sus derechos más básicos, como los de: conocer el motivo del arresto, tener un abogado, que su familia tenga toda la información, el de comparecer ante un juez, el de oponerse y recusar la acusación, el tener contacto con el mundo exterior y el tener un trato digno, los que les son negados.
Pero Israel no cree que estas disposiciones le competan, y parece sentirse al margen de todas las leyes internacionales. Ya desde 2013 el Relator de la ONU condenó el trato de niños palestinos en las cárceles israelíes. «En ningún otro país los niños son sistemáticamente tratados por cortes militares para jóvenes que, por definición, no otorgan las garantías necesarias para asegurar el respeto a sus derechos», afirmó.
Como consecuencias de los bombardeos en Gaza, en 2014, 400 niños palestinos murieron y 2.500 quedaron heridos, mientras la Unicef declaraba que 370.000 niños necesitaban urgentemente ayuda sicológica, muchos sin sus familias, ni sus casas. Los invito a ver en internet el documental “Nacido en Gaza”, del director Hernán Zin, que retrata las huellas y la desesperanza que habita, con los sucesos espantosos que se vivieron, que se han vivido aún mucho antes, en la narración de 10 niños que lo padecieron. Niños que en sus cortas edades ya han padecido varios bombardeos. En medio de la tristeza que uno siente con esas imágenes y esos testimonios, se descubre que la inocencia de esos niños, aunque fuera ultrajada, no dejó un odio que sería natural. Son niños que ya saben la historia que los llevó a vivir lo inhumano que viven, pero que esperan que la justicie impere al fin, y al menos volver a ser libres para reconstruir su historia propia y colectiva.
Y aunque el propósito siniestro es dejarlos sin dignidad, sin raíces y sin territorio, y convencerlos que su vida adulta será de dominación, la resistencia firme que los sostiene y la dignidad para sobrellevar esta terrible historia que les toca, abraza su corazón con el verde esperanza de sus olivos, los que aman y a los que no renuncian, así con sevicia muy a menudo se los quemen. Saben que algún día esto tiene que terminar, que el mundo mismo estará herido en la dignidad que da valor a lo humano, si ante él se sigue cometiendo esta atrocidad con indiferencia o con manifestaciones o resoluciones que no resuelven nada. Y que puede haber un regreso para los que han tenido que partir con el alma rota. Que esa tierra noble y milenaria puede con el amor reverdecer. Que a Palestina se le hará justicia, y se le reconocerá el derecho innegable a su territorio y a su libertad.
Niños que han hecho de la resistencia de su fuero interno, la victoria frente a quienes los agreden. La fuerza de sus raíces, el amor a su tierra y a los suyos, estén vivos o muertos, los sostiene en su aparente fragilidad frente a las agresiones despiadadas y continuas. Pero el silencio del mundo para elevar una voz y una acción contundente, nos debe avergonzar a todos.
El dolor cuando uno se aproxima a esta realidad, y escribe sobre ella, es muy grande. Entonces recuerdo al gran Giordano Bruno, astrónomo, filósofo, teólogo y poeta, nacido en los inicios del siglo XVI, en los oscuros tiempos de la Inquisición, y quien fuera encarcelado por sus ideas brillantes y avanzadas, de un universo colmado de mundos, “Y semejante espacio lo llamamos infinito, porque no hay razón, capacidad, posibilidad, sentido o naturaleza que deba limitarlo”, decía Giordano. Fue combatido por sus colegas científicos, y torturado hasta que lo quemaron. Imagino que su fuerza para no renunciar a sus creencias y soportar tanto sufrimiento, era su consciencia de la posibilidad de volar con su mente desde su celda, hacia ese universo infinito que lo dejaba tan emocionado. Feliz por la grandeza del cosmos, porque esa verdad indiscutible se le había revelado, y sabiendo que esa era su victoria: La libertad de la imaginación y la del conocimiento y el pensamiento.
Como esta bella obra de Bansky, sé que los niños presos en cárceles, pueden romper con su mente las rejas y darse el derecho a los sueños para los que no hay límite ni prisión, como lo hacen los niños que también están presos tras los muros en su tierra.
Pero en nombre de lo humano que nos queda y nos une, no podemos soportar más esa crueldad, esta realidad indignante.
Recuerdo algunos fragmentos de la canción del argentino Armando Tejada, interpretada por la gran Mercedes Sosa, “Hay un niño en la calle”, que retrata esa dura existencia que viven muchos niños en nuestros países. Para esta realidad de los niños palestinos, solo habría que cambiar la palabra calle, por cárcel. “Es honra de los hombres proteger lo que crece…Evitar que naufrague su corazón de barco, su increíble aventura de pan y chocolate… No debe andar la vida recién nacida a precio, la niñez arriesgada a una estrecha ganancia, porque entonces las manos son inútiles fardos y el corazón apenas, una mala palabra”.
( De: “La Gaceta” No. 8. Proyecto editorial “Medio pan y un libro”. Círculo de estudiantes escritores.)
Tomado del diario “Eje21“.