Javier Castro Bugarín, Luján (Argentina), 24 dic (EFE).- Desde que tenía 10 años, Pablo Zárate no conoce otra cosa que el basural de Luján, ubicado en la provincia de Buenos Aires. Allí trabaja todos los días, entra a las 7 de la mañana y sale sobre las 6 de la tarde, once horas de esfuerzo que le reportan unos beneficios de unos 3.000 pesos diarios, algo más de 36 dólares estadounidenses.
Basta con echar un vistazo a su alrededor para comprobar que no es un lugar idóneo para pasar tanto tiempo. Mientras habla a cámara, decenas de pájaros sobrevuelan montañas de hasta 25 metros de todo tipo de basuras, con olores insoportables y vapores que son sumamente nocivos para la salud. Pero eso no inquieta a Pablo: él tiene que trabajar allí porque, si no, se moriría de hambre.
«Si quieren que se cierre, vamos todos a la ruina, qué le vamos a hacer. ¿Dónde vamos a laburar nosotros?», se pregunta este recolector informal en una conversación con Efe.
Trabajadores como Pablo Zárate encarnan por sí mismos una realidad que lleva décadas sin solución, la del mayor vertedero a cielo abierto de la provincia de Buenos Aires que, a pesar de ser sumamente peligroso para el bienestar de los vecinos, constituye el único sustento para las más de 150 personas que viven de recoger sus residuos.
DOCE HECTÁREAS DE BASURA
Los orígenes de este enorme complejo no están del todo claros. Nadie es capaz de explicar cómo ni por qué hace 50 años un predio baldío, situado a unos ocho kilómetros al norte de Luján, comenzó a acumular más y más basura, hasta sembrar de cartones, plásticos y metales un terreno de doce hectáreas perteneciente al ayuntamiento local.
El 95 % de toda esa superficie está sepultado bajo los desechos, amontonados unos encima de otros hasta donde alcanza la vista y que no hacen más que aumentar: según el director del vertedero, Pedro Vargas, cada día entran 120 toneladas de nuevos residuos al recinto.
«120 toneladas diarias por cada 50 años, hay que sacar la cuenta», comenta Vargas a Efe, agregando que al comienzo de su gestión este año se topó con un basural «prendido en fuego, literalmente, y repleto de residuos por todos lados, donde el tratamiento óptimo que se le tiene que dar a los residuos no funcionaba».
De hecho, si algo caracteriza al basural de Luján son sus frecuentes incendios, y es que sobre el suelo del vertedero no sólo yacen desperdicios cotidianos, sino también otros elementos inflamables y algunos materiales, como el cobre, que resultan particularmente atractivos a ojos de los recolectores informales.
Así, la mezcla del fuerte calor y el viento, por un lado, y las quemas provocadas por algunos de los trabajadores para recoger metales, por otro, han terminado por provocar múltiples incendios en los últimos años, algunos de hasta dos semanas de duración.
HUMAREDAS INFERNALES PARA LOS VECINOS
Son precisamente esos incendios los que más afectan a los vecinos del bloque de los Santos, una agrupación barrial de la periferia norte de Luján, en donde cada vez más personas acuden a la sanidad pública por problemas de salud relacionados con el basural.
Con este drama convive todos los días Sergio Almada, presidente de la Asociación de Fomento del Barrio de San Pedro, una de las más beligerantes en las protestas contra el lugar, para quien actividades tan cotidianas como tender la ropa o cocinar al aire libre se han convertido en un imposible por el humo del vertedero.
«Tengo a mi hijo asmático y a dos nietas enfermas bronquiales crónicas. El humo que produce el basural, y más en los últimos años, es muy contaminante y muy perjudicial para la salud», cuenta Almada a Efe por teléfono.
La nueva Dirección de Gestión Ambiental municipal es consciente de esta realidad y ha tratado de buscar el «ordenamiento más óptimo» de este espacio, dividiendo los desechos en tres categorías (domiciliarios, de volquetes y de poda) para reducir el riesgo de incendio.
«Eso lo que genera es que vos puedas tener a los trabajadores informales en una playa de disposición trabajando, que es la de residuo domiciliario, y que si se prenden fuego las ramas o partes de los volquetes no agarre el residuo, para que no genere esa humareda infernal que nos complicó de salud a todos los barrios periféricos del basural», señala Pedro Vargas.
TRES GENERACIONES DE RECOLECTORES
La lista de problemas ambientales y sanitarios que acarrea el basural es interminable, entonces, ¿por qué no cerrarlo definitivamente? La respuesta es sencilla: cientos de trabajadores informales dependen de recoger sus residuos y no tienen ningún tipo de alternativa. Clausurar el vertedero implicaría condenarlos a una pobreza aún más extrema.
«Que se cierre el basural afectaría de manera directa, porque históricamente es su fuente de trabajo y de comida. Dejarían de poder llevar el pan de todos los días a sus hogares (…). Acá hay tres generaciones de familias», relata el director del vertedero, que cifra en unas 170 las personas que actualmente acuden cada día a recolectar basura.
En ese sentido, los vecinos exigieron durante muchísimo tiempo el cierre del basural, pero ahora son conscientes de que esa opción, en un país con más de un 40 % de pobres y una crisis económica agravada por la pandemia, es simplemente inviable.
«En estos últimos cuatro años se multiplicó la cantidad de gente del basural por la desocupación que hubo, y ahora por la pandemia también, porque la gente se quedó sin laburo y han ido a buscar sustento allí», reconoce el vecino Sergio Almada, añadiendo que él mismo en el pasado tuvo que acudir al vertedero para ganarse la vida.
Para aliviar en algo esta situación, el ayuntamiento adquirió máquinas propias -antes eran alquiladas- e instaló varios baños con duchas para los recolectores, obligados durante décadas a hacer sus necesidades en medio de los desechos.
¿UN SANEAMIENTO POSIBLE?
En cualquier caso, unos y otros admiten que el vertedero más grande de la provincia de Buenos Aires no puede seguir tal y como está: su existencia resulta incompatible con el cuidado del medioambiente y de la salud de los habitantes de Luján.
Por ello, desde el ayuntamiento han trazado un plan de «reconversión» y «saneamiento» del recinto, financiado por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), para convertirlo en una «planta de tratamiento, donde los trabajadores informales pasen a tener mejores condiciones y sigan trabajando de lo que tanto les dio de comer históricamente».
«Nosotros no podemos pensar un basural, una reconversión o un saneamiento sin los trabajadores informales, sí o sí tenemos que pensar de manera integral la solución (…). Vamos a tratar de cambiar el paradigma del residuo acá en la ciudad de Luján», subraya con confianza Pedro Vargas.
Sergio Almada se muestra más escéptico al respecto. En su opinión, el único modo de poner fin a 50 años de malas prácticas y abandono sería mantener temporalmente clausurado el basural, limpiarlo a conciencia y reorganizarlo, algo inconcebible para las familias que dependen económicamente de él.
«Nos ha llevado cinco años tratar de buscar un principio de solución y no se ha conseguido, todavía estamos muy verdes y más con la pandemia. La urgencia es poner la planta de reciclado y la separación en origen», zanja el residente lujanense.
Lo único claro tras medio siglo de amontonamiento de toda clase de residuos es que todavía hoy, en pleno 2020, nadie sabe cuándo se pondrá fin al basural de Luján. EFE
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