Fernando Gimeno, Lima, 9 jul (EFE).- Detrás de los fallecidos durante la cuarentena hay historias y rostros que en Perú, el quinto país del mundo con más contagios de COVID-19, han comenzado a emerger en forma de murales gracias a un artista empeñado en mantener vivo el recuerdo de sus vecinos para que no caigan en el olvido.
“Nadie muere en vano”, afirmó a Efe Daniel Manrique, muralista de 35 años que se ha propuesto poner cara a las víctimas de su humilde barriada en el cerro San Cristóbal, la montaña más icónica de Lima, cuyo perfil coronado por una gran cruz sobre un cúmulo de casas es símbolo de la capital peruana.
En sus estrechas calles y escaleras, el coronavirus se ha ensañado con su humilde gente y hasta el momento Manrique, que también es dirigente vecinal, ha podido contabilizar al menos 45 personas fallecidas por COVID-19, la mayoría de ellas de la tercera edad.
Después de entregar a las familias retratos dibujados sobre papel de sus parientes fallecidos, este muralista tiene en mente decorar con sus caras las calles y parques del empinado cerro, ubicado en el histórico distrito limeño del Rímac, al margen derecho del río del mismo nombre que atraviesa la capital peruana.
“Mi objetivo es que queden vivos en el recuerdo. Creo que nos va a hacer sentir bien verlos cuando estén inmortalizados en un mural”, dijo Manrique, que para esta labor cuenta con la inestimable ayuda de su esposa, la también artista Carla Magán.
“No son números, son personas que han muerto en este espacio donde todos convivimos”, añadió el artista, brocha en mano mientras perfila las facciones de Eustacia Julca, una mujer de 72 años y de bajos recursos a la que la COVID-19 se la llevó de manera cruel solo un día después de hacer lo mismo con su sobrina.
UN MURAL DE ALTURA
Ahora esta humilde anciana volvió a San Cristóbal en forma de un colorido y floreado mural que Manrique pintó en una de las partes más altas del cerro.
A ‘Tachita’, como cariñosamente conocían a esta mujer en el barrio, el artista le reservó un sitio privilegiado para retratarla con su mirada y sonrisa risueña en un pequeño parque que sirve de imponente mirador, donde se aprecia desde las alturas toda el vertiginoso bullicio de esta gigantesca ciudad.
“Al llegar aquí a la cima uno se encuentra en paz. Creo que este espacio es ideal para recordar a nuestros vecinos, sentarnos y quizás hasta conversar con ellos”, comentó Manrique.
A este muralista criado en el mismo cerro San Cristóbal y ferviente admirador del pintor valenciano Joaquín Sorolla, apenas le tomó tres horas plasmar la bondadosa e inocente expresión de Eustacia a base de rápidos pero precisos brochazos y un cálculo veloz para mezclar con tino su paleta de colores.
PINTAR CON LA MEMORIA
Para guiarse tenía una foto de ella en su teléfono móvil, aunque poca falta le hacía, pues tenía muy presente su rostro ya que, como otros vecinos, se la cruzaba todos los días en su puesto callejero donde vendía cancha (palomitas).
“Siempre me sonreía y siempre le tenía que comprar alguna cosa por su sonrisa. Era lo más tierno. Era una persona callada, pero con una sonrisa siempre alegre”, recordó Manrique.
El caso de Eustacia es emblemático en el barrio, pues se trataba de una mujer que, a pesar de su avanzada edad, no podía respetar la cuarentena y debía salir obligada a la calle a vender. Con lo poco que ganaba, almorzaba en un comedor popular.
Así sospechan que pudo haberse contagiado del coronavirus. Su fallecimiento conmocionó a la vecindad tras divulgarse un vídeo donde se la veía agonizar en la puerta de su casa.
Para más desgracia, su familia tardó más de un mes en recibir sus cenizas al perderse el rastro de ella cuando fue llevada a un hospital.
UN REENCUENTRO INESPERADO
Por todo ese martirio, que todavía está muy reciente, Robert Canaquiri, sobrino político de Eustacia, no pudo evitar emocionarse al ver el inesperado retrato público de su tía con la misma expresión que él recuerda.
“Al verla aquí da la sensación de que nos va a acompañar por mucho más tiempo, sobre todo para la población, que la quería mucho y así la podrá recordar. No hay ninguna persona que viva aquí que no pueda reconocerla”, comentó a Efe Canaquiri.
“Creo que toda la familia en su momento vendrá a visitarla, no solo para ver la obra de arte de nuestro amigo Daniel, sino también para recordarla”, añadió.
Eustacia se unió así a Lutz Sherlock, un joven de 20 años con habilidades especiales al que Manrique ya retrató escaleras más abajo tras haber fallecido por cáncer de estómago en plena pandemia.
Si bien este joven muy apreciado en el barrio no fue víctima del virus SARS-CoV-2, sí lo fue de manera colateral, pues el colapso de los hospitales le impidió recibir el tratamiento adecuado para su enfermedad, como a muchos otras personas que sufren diferentes patologías.
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PIEZAS DE UN GIGANTESCO MURAL
Pronto puede formar parte de esta colección de murales Lizardo Jiménes, uno de los dirigentes del barrio más longevos, que murió a los 83 años por coronavirus al contagiarse luego de asistir con sus conocimientos de enfermería a otros vecinos que se habían infectado previamente. Su boceto ya está en el cuaderno de Manrique.
Con estos murales, Manrique y Magán, integrantes del colectivo artístico Color Energía, avanzan en su gran proyecto llamado Apu Asharu-El Gran Telar, que consiste en pintar más de mil casas del cerro San Cristóbal para convertirlas en un enorme mural, y que a su vez sean un atractivo turístico más de Lima.
La capital peruana es el epicentro de la pandemia de la COVID-19 en Perú, que acumula más de 300.000 contagios y más de 11.000 muertes, una cifra muy abultada y a la vez fría que esconde en la frontera del olvido rostros, dramas e historias como la de Eustacia. EFE
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