Por Germán A. Ossa E.
Hay en mi estudio, pequeño, por cierto, un conjunto de cuadros enmarcados de artistas cercanos en algunas de las paredes y en las otras (dos y dos), obra de algunos muy destacados e importantes, que he podido conseguir a lo largo de mi vida, gracias a los textos que sobre ellos he publicado en revistas y libros. Pero hay además, un mueble grande, lo más mal diseñado del mundo, que tiene capacidad para albergar un normal equipo de sonido y más de mil discos compactos, entre los cuales destaco la música que me llena el alma: Serrat, jazz y bandas sonoras. Cada que me siento a la mesa para rayar, lo primero que hago es poner la música que me va a acompañar durante horas, mientras a lo largo y ancho del movimiento de mis manos sobre las hojas de papel que en diferentes formatos, texturas y colores, van a aparecer esas cosas que el inconsciente me dicta.
Si la ciencia llegara tan lejos, los investigadores algún día podrían encontrar en esos dibujos míos, vestigios de las canciones de Joan Manuel, las notas al piano interpretadas por Keith Jarret o trozos de ambientes sonoros de las más de cincuenta cintas de Don Henry Mancini.
Los dibujos nacen por culpa de mi madre que una vez, de manera atrevida, me dijo que no esperara a que mi hermano Fabio me hiciera las tareas que, porque yo era capaz, yo lo sabía hacer y lo peor, que yo dibujaba mejor que él, algo que jamás había pasado por mi mente. Y desde ese día, yo creí que era verdad. Y por eso existen tantos y tantos. Unos agradables, otros raros, unos muy repetidos, otros muy originales y los de más allá, capaces de causar conmoción.
Agradezco a los que esa vez, y hasta en otras oportunidades, decidieron por mí.
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