Fernando Gimeno, Lima, 29 may (EFE).- Sin clientes desde que irrumpió la pandemia del COVID-19, varios artesanos se han reinventado en Perú para elaborar mascarillas de protección inspiradas en el arte tradicional de los Andes y la Amazonía, auténticas obras de arte que mantienen con vida a un sector paralizado tras la llegada del virus.
Sobre los tapabocas han trasladado los elementos de su tradición y cosmovisión para lucirlos cara a cara, una original alternativa a los insulsos barbijos quirúrgicos de color azul o blanco que, con suerte, se pueden encontrar en las farmacias peruanas.
En Perú son de uso obligatorio para salir a la calle, pero su escasez llevó a estas artesanas a diseñar las suyas propias y, casi sin querer, encontraron la manera de mantener activos sus talleres.
“Era difícil encontrar mascarillas adecuadas. Entonces mi madre pensó en hacer unas de tela y a mí se me ocurrió pintarlas”, explicó a Efe Violeta Quispe, quien junto a su madre, Gaudencia Yupari, regentan un taller de “Tablas de Sarhua”.
PATRIMONIO NACIONAL EN LAS MASCARILLAS
Así, tanto en pintura como en bordado, madre e hija trasladaron a la tela los dibujos de esta expresión artística patrimonio cultural de Perú y originaria de Sarhua, un municipio de la región andina de Ayacucho, en el sur del país.
Es tradición en ese pueblo que, sobre una madera vertical, se pinten a los miembros de la familia en sus labores diarias y que esta se cuelgue de la viga principal de la casa recién construida.
Más recientemente, las tablas también han servido de elemento de memoria para recordar mitos andinos o cruentas escenas de violencia del conflicto armado que entre 1980 y 2000 enfrentó a las fuerzas armadas con el grupo terrorista Sendero Luminoso que tuvo su epicentro en la región de Ayacucho.
Cuando Violeta y Gaudencia publicaron sus dos primeras mascarillas no se esperaban la calurosa acogida. “Ha sido masiva, muy positiva”, manifestó Quispe, que vio como con los tapabocas volvían los pedidos al taller.
“Poco a poco. Las piezas son elaboradas a mano una por una. Los bordados se hacen con máquinas antiguas a pedal. Nada industrial. Es la herencia de las tablas de Sarhua trasladada a las mascarillas”, dijo Quispe.
SIN CASI MATERIALES
Lo hacen con serias limitaciones, pues por la cuarentena les es difícil conseguir materiales, y algunas vecinas que les podían ayudar se volvieron de Lima a Sarhua al quedarse sin ingresos.
A pesar de ello, ya tienen decenas de mascarillas con flores de vivos colores o con bordados similares a los de sus polleras, donde están representados elementos naturales como el sol, la luna, las montañas, los ríos y la flora.
“Con las mascarillas puedo seguir difundiendo el arte que he heredado. Es como mi documento de identidad. Es lo que a mí me representa”, apuntó Quispe.
También las hay con mensajes en quechua o con lemas feministas como “Ni una menos”, presente en la primera mascarilla de Violeta, que la muestra con orgullo, a modo de recordatorio para las mujeres que durante la cuarentena se quedaron confinadas con su agresor.
MASCARILLAS AL ESTILO SHIPIBO
En el otro extremo de Lima, Sadith Silvano cose sobre una mascarilla el kewé, el tradicional bordado shipibo-konibo, uno de los pueblos indígenas más numerosos de la Amazonía, inconfundible por su estilo geométrico que simboliza el río, la selva y la piel de “ronin”, la serpiente cósmica de su mitología.
“Todo el mundo ofrecía mascarillas, pero sin identidad. Nosotros tenemos esta cultura ancestral y… ¿por qué no transmitir su mensaje al resto de Perú y al mundo entero?”, explicó Silvano, que ha vivido en carne propia los efectos del COVID-19 al haber sido una de los más de 140.000 personas contagiadas en Perú.
Para cada mascarilla de kewé, también declarado patrimonio cultural nacional, Silvano emplea por lo menos tres días. Todas tienen un diseño único que bendice con ícaros, los repetitivos y agudos cantos de los nativos amazónicos. Esa dedicación tuvo su recompensa ni bien publicó su primer tapabocas shipibo.
“Fue un ‘boom’. Compartieron la foto hasta 300 veces. No pensaba que iba a ser para tanto”, confesó Silvano, que ya ha anunciado que una parte del dinero de la venta de las mascarillas será para ayudar a las comunidades nativas de la Amazonía más afectadas por el virus.
COMPRAS DESDE NORTEAMÉRICA
“Ya tengo diez clientes de Estados Unidos que me han pedido estas mascarillas, y también otros de Canadá y Francia”, agregó Silvano, que hace 20 años llegó a Lima para asentarse Cantagallo, donde actualmente viven unas 250 familias de shipibos sin servicios básicos como desagüe.
Cantagallo es uno de los puntos de mayor concentración de COVID-19 en Perú, con más del 70 % de sus habitantes contagiados, entre ellos la maestra artesana Olinda Silvano, hermana de Sadith, que requirió oxígeno.
“Somos guerreras de sangre indígena y seguiremos luchando. En tiempo de pandemia tenemos que demostrar que nuestra cultura no se queda atrás”, concluyó Silvano, que quiere ser diseñadora de moda y cuyo nombre en shipibo es Metsa Wesna (Guerrera hermosa).
Tanto Violeta Quispe como Olinda Silvano están entre los 250 artistas que han donado 400 obras para la campaña solidaria “Dibujos por la Amazonía”, que mediante la venta de estas piezas recaudará fondos para apoyar la lucha contra la COVID-19 en comunidades indígenas donde los servicios de salud son casi inexistentes. EFE
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