Las palabras en las paredes

Por Fernando Calderón España

La extrema melancolía hace daño hoy.

Mucho rezo, frase lastimera, oración autómata, lamento mendicante, melodías tristes aumentan la congoja, el apremio, el destierro de la calle, la depresión al grado sumo.

El consejo empírico, la advertencia temblorosa y llorona, la reiterativa alerta a un adulto que ya no es terco, ni pendejo, hicieron de la paranoia, el dueño.

Más cariño, más abrazos y besos invisibles, una suave palabra como medicina, ahuyentan el dolor, le pone al día un buen color.

Ayer salí de mi humilde morada, envuelto en mi traje hospitalario, tapabocas y gafas de ferretería, temblando, y regresé sin hablar con nadie, sin siquiera bajar el vidrio, temblando.

Un tinto a tres metros en Paper Shop, que no lo vende, lo regala al amigo, sirvió para mitigar el sismo corporal y pasar el temporal.

Me confino por voluntad, a pesar de la Constitución y, tal vez, calle por un tiempo, mientras vuelvo a resucitar.

La libre expresión sin la libre locomoción es como ir preso en un tren. El recluso se asoma por la ventanilla del vagón, bota las palabras al viento y sigue andando el encierro.

Uno de los primeros pasos de ciego del gobierno fue poner a caminar la ilusión. Creó agonía existencial y depresión.

Con la vacuna, los chinos ya arrancaron. Ojalá se propague tan rápido como el virus que dejaron escapar.

Ojalá las palabras se queden pegadas a las paredes.

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