Javier Aja, Dublín, 28 ene (EFE).- La irlandesa Colleen Anderson nació en 1965 en la ya infame maternidad de monjas católicas Sean Ross Abbey, una casa de acogida para madres de bebés considerados entonces “ilegítimos” y en donde murieron más de mil niños durante sus 38 años de existencia, debido, entre otros motivos, a las duras condiciones de vida.
“He escuchado muchas historias terroríficas sobre estos lugares. Supongo que soy una de las afortunadas porque sobreviví y me enviaron a Estados Unidos cuando tenía entre dos y tres años, aunque no tuve una buena infancia”, explica Colleen en una entrevista con EFE en Dublín, su residencia permanente desde 2018.
No tiene apenas recuerdos de Sean Ross Abbey, un edificio gris y frío situado en el rural condado de Tipperary (centro del país), y dirigido con mano de hierro por la Congregación de los Sagrados Corazones de Jesús y María entre 1931 y 1969.
UNA LETANÍA DE ABUSOS
Solo guarda en su memoria flashes de una pequeña maleta azul, un custodio y del avión de Pan-Am que le llevó a Chicago (Illinois) para comenzar una nueva vida.
“Mi madre adoptiva era esquizofrénica y sufrí muchos abusos psíquicos y físicos desde los cinco hasta los 14 años, cuando empecé a huir de casa. Llegué a vivir en la calle un tiempo y en diferentes comunidades”, cuenta.
Su historia está incluida en el informe de la llamada Comisión de Madres y Bebés, que presentó este mes las conclusiones de una investigación sobre 18 casas de acogida, por las que pasaron entre 1922 y 1998 más de 56.000 mujeres y 57.000 menores.
El estremecedor documento, de más de 3.000 páginas, constató que hasta 9.000 niños fallecieron en esos centros regentados por órdenes religiosas y autoridades estatales, que registraban tasas de mortalidad que doblaban la media nacional.
La comisión también examinó los siniestros ensayos de vacunas efectuados con menores, que actuaron como conejillos de indias, y el establecimiento de programas de adopciones ilegales para obtener ingresos.
UNA MISTERIOSA MARCA EN EL BRAZO
El primer ministro irlandés, Micheál Martin, ha pedido perdón, en nombre del Estado, a las “madres solteras y los bebés” que sufrieron “terribles abusos” durante gran parte del pasado siglo, como consecuencia, dijo, de una sociedad con actitudes “retorcidas respecto a la sexualidad y los asuntos íntimos”.
En aquella Irlanda en que la Iglesia católica imponía su estricta moral, se juzgaba con gran severidad y crueldad a las mujeres que quedaban embarazas fuera del matrimonio, incluso si habían sido víctimas de abusos, como fue el caso de la madre biológica de Colleen, violada cuando tenía 15 años.
“Cada uno tiene una historia diferente, pero las emociones son las mismas: el rechazo, la soledad, los abusos que sufrieron las madres e incluso los niños, por ejemplo con los ensayos de vacunas”.
Colleen observa que tiene “una marca en el brazo” porque, según le han informado, formó parte de los ensayos de vacunas: “Pero no lo puedo saber con seguridad ya que no conozco todo mi historial médico. Los registros se ha ocultado”.
La opacidad y secretismo de las monjas quedaron elocuentemente reflejados en la película “Philomena”, que recibió cuatro candidaturas a los Oscar en 2014 y que relata los esfuerzos de Philomena Lee por encontrar a su hijo, dado en adopción sin su permiso a una familia estadounidense.
EL TRAUMA DE UNA MADRE
Según la cinta y el libro en el que está basada, Lee se topó con los intentos de la hermana Hildegard McNulty por entorpecer su búsqueda, dejando entrever que se quemaron todos los registros en Sean Ross y que obtuvieron beneficios económicos por las adopciones, unas prácticas también recogidas en el informe de la comisión.
“Hay muchas historias acerca de sor Hildegard. En este sentido, supongo que yo tuve suerte de haber sido adoptada por su sobrina (en Chicago). Hildegard fue muy transparente con mi información, me dio el nombre de mi madre biológica”, recuerda Colleen, mientras muestra un par de fotografías de la monja con su madre adoptiva.
Con esos detalles y la ayuda de una ONG irlandesa, Colleen llegó a conocer a su verdadera madre, en un encuentro organizado en Dublín en 1999 que, no obstante, le dejó un sabor agridulce.
“Aceptó reunirse conmigo, aunque creo que era reticente porque yo era un secreto. Me mantuvo en secreto durante muchos, muchos años. Fue muy formal, muy poco emotivo. Podía ver que mi madre estaba muy traumatizada. Bajaba la mirada constantemente, de vez en cuando levantaba los ojos y me miraba”.
CUATRO HERMANASTROS AJENOS A SU EXISTENCIA
Colleen descubrió que tenía otros cuatro hermanastros, pero ninguno ha sabido que ella existía hasta que la progenitora falleció en 2019.
“Dijo que prefería estar muerta antes que decírselo, porque entonces tendría que revivir todo de nuevo, no solo el hecho de que fue violada cuando era joven. Lo peor fue cómo le trataron la monjas en Sean Ross Abbey. No quería contarles lo que pasó, se sentía avergonzada y yo era parte de esa vergüenza”, dice.
Según la investigación de la comisión, solo en torno al 40 % de los bebés que nacieron en Sean Ross salieron de allí con sus madres o con algún familiar. El resto falleció, creció en orfanatos o fue entregado en adopción, a menudo en contra de la voluntad de las madres o a través de engaños y subterfugios de las monjas.
La mujer celebra que el Estado irlandés haya reconocido que se cometieron gravísimos abusos contra miles de mujeres vulnerables y sus bebés, pero critica el silencio de las religiosas.
“La Iglesia tiene que decirlo, que las monjas en esas épocas no trataron a las madres con respeto, dignidad y empatía. Eso es lo que necesitaban, empatía. Por lo que sé de las otras historias, así como por la de mi propia madre, las trataron horriblemente”, concluye. EFE
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