Madrid, 3 ago (EFE).- La abdicación del rey Juan Carlos I en junio de 2014 puso el broche a 39 años de reinado y marcó un punto de inflexión en su figura, que desembocó primero en su retirada de la vida pública hace un año y, ahora, en su marcha de España, anunciada este lunes, ante el descrédito causado por sus presuntos negocios ocultos en Suiza.
Figura clave para la democracia española, el anterior jefe del Estado pasó a ser cuestionado por el Gobierno y por una parte de la clase política española, a la espera de si los fiscales del Tribunal Supremo deciden si hay o no motivos para abrirle causa penal por supuestos delitos cometidos cuando dejó de ser inviolable al ceder el trono a su hijo Felipe VI.
“SERVICIO LEAL A ESPAÑA”
Desde su abdicación, el rey emérito, de 82 años, tuvo un protagonismo en actos oficiales que desembocó en su decisión de poner fin a su labor institucional en junio del pasado año con una carta enviada a Felipe VI.
“Ha llegado el momento de pasar una nueva página en mi vida y de completar mi retirada de la vida pública”, le comunicó el rey emérito.
Una decisión madurada desde que cumplió 80 años y tras el homenaje que se le rindió en el Congreso con motivo del 40 aniversario de la Constitución de 1978.
Aquel fue el último gran acto en el que participó el rey Juan Carlos, después de que un año antes aireara su malestar por no haber sido invitado a la conmemoración de las primeras elecciones democráticas en España tras la dictadura franquista (1977).
“Una democracia que impulsó mi padre de forma tan decisiva y determinante”, elogió Felipe VI en 2018, ante un Congreso que, en su mayoría, rindió una prolongada ovación a Juan Carlos I.
Meses antes, en su 80 aniversario, su hijo también le dio las gracias por “tantos años de servicio leal a España”.
SOSPECHAS DE NEGOCIOS TURBIOS
Entre medias empezaron a surgir las sospechas de negocios turbios cuando se conoció la grabación de un conversación en la que la alemana Corinna Larsen, que fue amiga íntima del rey emérito, le atribuía cuentas en Suiza y lo acusaba de utilizarla como testaferro.
Fue la espita de un cúmulo de informaciones que llevó a Felipe VI a distanciarse de su padre al renunciar a su herencia y retirarle la retribución del Estado el pasado mes de marzo, aunque manteniéndolo como miembro de la familia real con la consideración de rey.
Un año y dos meses después, la brecha se ha agrandado con la decisión del rey emérito de marcharse de España “guiado por el convencimiento de prestar el mejor servicio a los españoles, a sus instituciones” y a su propio hijo, anunciada este lunes.
El distanciamiento con su hijo se ha reflejado también en sus apariciones juntos, que se han limitado a algún encuentro familiar, el último de ellos el funeral por su hermana mayor, Pilar de Borbón, en enero de este año.
Desde la abdicación, el rey Juan Carlos se ha prodigado más en su vida privada que en la pública, al refugiarse sobre todo en sus amigos y en aficiones como la gastronomía, las corridas de toros y, en especial, la navegación a vela.
En varias ocasiones ha disfrutado del fútbol en los estadios del Real Madrid y del Atlético de Madrid, y del tenis, animando a su amigo Rafa Nadal.
También ha conservado la afición a la Fórmula 1, aunque, cuando estuvo en el gran premio de Abu Dabi en noviembre de 2018, le generó un quebradero de cabeza su saludo al príncipe heredero saudí, Mohamed bin Salman, envuelto en la polémica por entonces por sospechas sobre él en el asesinato del periodista de su país Jamal Khashoggi.
Con una movilidad física cada vez más afectada, el anterior jefe del Estado volvió al quirófano en agosto de 2019 para someterse a una delicada intervención de corazón que se desarrolló con éxito. Fue visto por última vez el 16 de junio pasado, cuando acudió a una clínica madrileña para someterse a un chequeo médico. EFE
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