Javier Castro Bugarín, Buenos Aires, 14 oct (EFE).- Pensemos en una persona que, tras siete meses de apacible sueño, sale ahora a dar un paseo por Buenos Aires. Su sorpresa sería mayúscula, con todo el mundo portando mascarilla y mensajes sanitarios por doquier.
Sin embargo, si entre sus aficiones está la literatura y acude a su librería favorita, su sensación sería justo la contraria, ya que nuestro somnoliento amigo se encontraría prácticamente los mismos libros en las estanterías que antes de echarse esa larga siesta.
Esta alegoría explica por sí sola el estado actual de la industria editorial en Argentina: tras un profundo declive durante los últimos cuatro años, la irrupción del coronavirus ha terminado por hundirla, hasta el punto de que en el primer cuatrimestre del 2020 se produjeron un 71 % menos de ejemplares que en el mismo período de 2016, año en que comenzó la crisis del sector.
“Creemos que esta pandemia va a reducir nuestro mercado otro 30 o 40 % más de lo que veníamos pensando. (Para) las cifras habrá que esperar a que termine el año, pero va a ser difícil recuperarlo”, reconoce a Efe por videoconferencia Martín Gremmelspacher, presidente de la Cámara Argentina del Libro (CAL).
UN DESPLOME HISTÓRICO
Esta realidad se debe, en parte, a las medidas de aislamiento obligatorio decretadas en un momento particularmente delicado para la economía de Argentina, en recesión desde mediados del 2018 y con unos indicadores sociales cada vez más críticos.
En este contexto llegó la cuarentena y la parálisis de la mayoría de las actividades, entre ellas, la editorial, provocando que en abril tan sólo se publicasen unos 500.000 libros a nivel nacional, frente a los 5,8 millones del cuarto mes del año pasado, una “caída histórica” según el último informe elaborado por la CAL.
Las tiradas también se resintieron, con una contracción del 34 % con respecto a los primeros cuatro meses del 2019 y del 62 % en comparación con el mismo período del 2016.
Cierto es que antes de la pandemia hubo una leve mejoría, motivada por el lanzamiento, por parte del Gobierno argentino, del Plan Nacional de Lecturas, un ambicioso proyecto por el que el Estado compró miles de libros a las editoriales para impulsar el hábito de la lectura en los más pequeños, aunque sus efectos no han compensado el desplome general del sector.
Seis meses después, con el virus circulando todavía por las calles, pero con la mayoría de las librerías y las editoriales abiertas, “claramente se está publicando un poco más” según Gremmelspacher, pero la situación global, en opinión del editor, “no es buena”.
Un pensamiento compartido por Enzo Maqueira, escritor y miembro fundador de la Unión de Escritoras y Escritores de Argentina, quien define este 2020 como “el abismo del abismo” para la industria editorial, que ahora afronta un panorama todavía más incierto por el agravamiento de la crisis económica.
“Hay una pequeña reactivación, lo que pasa es que uno de los mayores problemas que tiene el libro argentino es que el costo del papel está en dólares y ya sabemos cuál es el problema del dólar en Argentina (…). Hay una cuestión básica: libros cada vez más caros y sueldos cada vez más bajos. Ante eso, ¿qué hacés?”, se pregunta Maqueira.
REORGANIZACIÓN DE CATÁLOGOS
Con estos nubarrones grises en el horizonte, las editoriales han optado por reorganizar sus catálogos, arriesgando lo mínimo posible con sus publicaciones y postergando muchas novedades para el año próximo.
Buena muestra de ello es Caja Negra, uno de los sellos independientes más reconocidos de Buenos Aires, que tuvo que modificar por completo su plan editorial para este 2020.
“Redujimos casi en un 50 % la publicación de novedades y tratamos de afinar la puntería en las decisiones privilegiando los títulos que nos parecía que podían ser buenos aportes para pensar este contexto. Por otro lado, reimprimimos algunos títulos que estaban faltando y que eran apuestas que nos daban bastante seguridad”, señala a Efe Diego Esteras, editor de Caja Negra.
Asimismo, tanto editoriales como librerías han hecho una apuesta muy clara por el formato electrónico, prácticamente inexplorado en el país suramericano: según datos de la CAL, el 63 % de las novedades publicadas en abril fueron digitales, frente al 15 % del año pasado.
No obstante, quienes más han padecido este cambio de paradigma son los escritores, que en su inmensa mayoría no pueden vivir de la publicación y difusión de su obra, algo que se hizo más evidente durante la cuarentena.
“Uno de cada cien puede ser que sí, pero yo hablo con gente que vende mucho y uno cree que viven solo de sus libros, y no (…). Es un país muy lector, muy cultural, pero con un mercado y un poder adquisitivo muy chico”, lamenta Maqueira.
Tan grande es la precariedad del gremio que en agosto el Ministerio de Cultura argentino se comprometió a repartir bolsones de alimentos entre los escritores más afectados, una ayuda canalizada a través de la Unión de Escritoras y Escritores.
“No puede ser que tengamos compañeros o compañeras que estos días tuvimos que tramitarles bolsones de comida. Le pedimos al Ministerio de Cultura bolsones de comida, de ayuda, para gente que escribe libros, que aporta a la cultura, al conocimiento, al saber…”, reflexiona Maqueira.
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TRABAS A LAS IMPORTACIONES DE LIBROS
Otro de los motivos que explican la ausencia de novedades en las librerías argentinas es una reciente normativa de la Secretaría de Comercio, que establece nuevos requisitos para la importación de libros y productos gráficos impresos en cantidades superiores a los 500 ejemplares.
Sobre el papel, la disposición pretende controlar el uso de tintas “con alto contenido en plomo”, pero el presidente de la Cámara Argentina del Libro sugiere que la intención real es proteger el mercado local, después de que en 2018 se alcanzase una importación récord de libros de 175,2 millones de dólares.
“La idea es tratar de que se produzca acá en la Argentina y no se produzca tanto en el exterior”, afirma Gremmelspacher sobre una norma que buscaría, además, evitar la fuga de divisas del país suramericano.
Enzo Maqueira, por su parte, tilda de “indeseable” cualquier tipo de traba a la llegada de libros, pero insiste en que la crisis económica y social argentina es muy grave y propone, de paso, una alternativa: aprovechar el tirón internacional de escritoras como Mariana Enríquez, Samanta Schweblin o María Gainza para exportar libros desde Argentina.
“Argentina está desesperada por conseguir dólares. Tenemos seis, siete u ocho escritoras argentinas que están por el mundo, ¿por qué no podemos exportar esos libros, por ejemplo?”, destaca el escritor.
¿QUÉ PASARÁ EN 2021?
Con libreros, editores y escritores dando por perdido este año, ¿qué perspectivas se abren para 2021? Para el titular de la CAL, está claro que el próximo año los sellos editoriales irán “con pies de plomo” ante un escenario plagado de interrogantes.
“Saldrán algunas producciones que ya teníamos preparadas para lanzar este año, se irán buscando algunas nuevas y así iremos viendo a ver qué pasa, claramente sacando el pie del acelerador”, asegura Gremmelspacher.
Desde la Unión de Escritoras y Escritores continuarán con su hoja de ruta, basada en la aprobación de la ley para la creación de un Instituto Nacional del Libro que permita “jerarquizar” una industria que, en su opinión, está “desorganizada y desaprovechada”.
“No puede ser que, sobre el esfuerzo y el hambre, en muchos casos de los creadores, se esté cebando una industria editorial que, encima, funciona pésimo. Necesitamos organizarla y creemos que el proyecto de ley de creación de un Instituto Nacional del Libro podría empezar a vencer un poquito esta situación”, manifiesta Maqueira.
Ojalá tanto editores como escritores tengan éxito, para que así, dentro de otros siete meses, ese entrañable dormilón pueda encontrarse con las librerías de Buenos Aires repletas de nuevos y maravillosos libros. EFE
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