Por Fernando José Calderón España
La economía colombiana la venían inflando hace rato.
Tan pronto finalizaron los confinamientos y comenzó una gradual reapertura del país, en todas sus actividades, se inició un proceso más propagandístico que cierto, en la manera de mostrar las cifras con las que se presentaba una economía aparentemente creciente.
Y si, hubo algunos rubros que se movieron más por la misma inercia y necesidad de los consumidores que por la realidad de una situación que afectó a miles de colombianos a quienes les cayeron los efectos pandémicos de una manera trágica.
Pequeños y medianos empresarios que estaban empezando sus negocios, o que ya los habían iniciado y esperaban un arranque de los mismos se vieron, de un momento a otro, en la bancarrota ante el cierre obligatorio de sus locales y la caída a cero de sus ingresos por ventas.
Y esta realidad nunca fue tenida en la cuenta para la obtención de los guarismos positivos que mostraron las estadísticas del gobierno manejadas con habilidad por un simpático personaje que pasó de la antipatía tolerable que produjo su manera de hablar, su peluca y la suavidad espontánea de su relato, a la celebridad que fueron creando sus apariciones en la televisión.
Los miles de quebrados sufrieron el fenómeno de la desaparición espontánea y por arte de magia dejaron de existir, así los centros comerciales y las calles productivas dijeran otra cosa y gritarán con su soledad y sus locales cerrados que el país se venía para atrás.
Cuando la nación abrió sus puertas, los colombianos enclaustrados durante meses, en donde experimentaron lo que puede vivir un ser humano en una cárcel domiciliaria, salieron desbocados a consumir en los establecimientos de las grandes superficies que habían aguantado la tortura del virus y produjeron un aumento significativo en los ingresos de esas áreas de las grandes ventas. Y esas cifras altas fueron las que comenzaron a mostrarse como resultado de una reactivación que aparentaba pujanza.
A esto hay que agregarle el uso más frecuente de las oficinas financieras por parte de sus clientes que entraban a su “banco amigo” a prestar para solventar su quiebra personal, pues el chuzo había sido clausurado, a sacar los ahorros para hacer el turismo que no se había hecho porque “uno no sabe qué va a pasar en el futuro”, o simplemente para tener el efectivo en casa con qué afrontar una nueva emergencia.
Una creación de realidad por parte de la incertidumbre.
Y claro las cifras subieron en renglones como el consumo comercial, el turismo con sus playas y aviones; y el infaltable sector financiero.
Sin embargo, el desempleo subía y la calidad de vida de esa masa invisible de quebrados en la pequeña y media empresas, para los que no hubo estadísticas, se deterioraba y paga hoy altos intereses como efecto inmediato de la tormenta inflacionaria.
Una quiebra en esa masa de pequeños y medianos empresarios significa semestres aplazados en las universidades, deserción en las mismas porque los estudiantes salen al rebusque para ayudar a sus padres, deterioro mental y desazón espiritual. Y en los pobres, el hambre en todas sus presentaciones metafóricas.
Se salvan, entonces, los funcionarios de los gobiernos nacionales, regionales y municipales, los empleados de las grandes multinacionales y corporaciones y los pensionados y rentistas de capital, que siguieron en sus puestos y quienes nunca sufrieron los efectos económicos de la pandemia. Creo que ni siquiera se dieron cuenta de ella ya que la aprovecharon para el deleite sexual o etílico, la gastronomía, y el aprendizaje sibarita y hasta para engordar en sus comodidades hogareñas, pues esta masa no tiene más de dos hijos. Aspiración del pequeño burgués.
A los frutos podridos de la pandemia hay que sumarle la perversa idea del gobierno de deteriorar la perspectiva económica para que el próximo arranque con problemas de dimensiones insospechadas.
El gasto se disparó, la deuda pública aumento, los compromisos a futuro, sin ley que los atajará, pulularon; el orden público enfrenta un plan pistola peor que el de Pablo Escobar y los atracos y asesinatos son la película diaria; las directivas de las empresas clave del país quedan amarradas a sus asientos, el banco de la República le coqueteará al pasado; la olla no solo queda raspada, sino que el aluminio ha sido lastimado para que el próximo gobierno llegue hasta las medidas impopulares y desgastar así el cambio prometido por el presidente electo.
Difícil lo que viene en el ámbito más sensible del que depende todo el país: la economía.
Al ministro de Hacienda hasta le ha crecido la nariz de tanta mentira. Al director del DANE le dio pena aceptarle a Petro, quien lleno de ingenuidad y de su mente abierta, le ofreció, dicen, continuar. La canciller Martha Lucia anunció su retiro de la política, porque no quiere ser sometida a lo que sospecha con anticipación: el señalamiento de que hizo parte de una debacle.
Los demás se van con más pena que gloria. Un gobierno que no le apostó a la implementación del acuerdo de paz en venganza a que el pacto acabó con el discurso que los alimentó y les dio votos durante 20 años.
Los altos funcionarios de este gobierno vieron pasar la ruina por sus despachos y aguantaron el “honor” de haber sido testigos directos de la destrucción para que el siguiente no pueda levantarla, (OCAD, paz, DNP, Contraloria, Mintic, etc) y al limpiarla padezca el futuro desencanto de quienes votamos por el cambio. Creo que vamos a experimentar un retraso en nuestras ilusiones.
Los inquilinos que salen lucharán por volver a la finca que les acaban de quitar, así sea por un rato. Pero, el rato nos lo disfrutaremos desde los balcones en donde se ponen estos letreros, si por letrero entendemos como la reunión de letras. Escribiremos, parece decir la premonición.
Si Petro sale de esta crisis económica que le fabricaron, la románticamente llamada izquierda podría imponer sus sueños.
Pero, de las cenizas solo se levantó un ave que nunca existió, se la inventó la mitología. Que esos dioses que la crearon transmitan el coraje y la sapiencia que necesita el nuevo timonel.
Seguiremos acicateando la posibilidad de todo o de una parte. Las esperanzas son las últimas que se pierden. Se muere de pies. No hay nada que hacer. A la economía inflada hay que pincharla para que vuelva a su verdad.
Sin duda este señor Fernando José Calderón España es todo un profesional como periodista,escritor y locutor…que descripción tan clara y precisa, felicitaciones al grande de la comunicación.
Gracias por su infinita generosidad.