Elogio del rajaleña

Por Fernando Calderón España

La mejor expresión artística del Huila es la o el rajaleña.

El rajaleña tiene alpargatas. De esas hechas con el caucho duro de las llantas.

Tiene el dril antiguo de los pantalones para jornalear.

En los de más arriba, zamarros. Su copla está impregnada del sudor que produce un trópico rodeado de montañas. Tiene el dejo de la arreada de ganado que originó el término “opita”. Ese opa, opa, que era melodioso se volvió canto. La ganadería fue importada por los españoles y contribuyó a la tranquilidad pasmosa, convertida en antropología, de los opitas.

Rajar es criticar. Y la leña podría ser el palo con el que se le da duro, a través del verso, a los amigos. En el Huila no hay enemigos, hay amigos

Interesados.

Se me ocurre ese origen de la palabra rajaleña, a la que no le pongo género.

Rajaleña, es cotidianidad, es protesta, es sarcasmo, es política, es rio, es llanura, es potrero.

Los rajaleñeros o copleros de la vida junto al horno, a la hoja de plátano “soasada” o de bijao, a los insulsos, a la arepa frágil, a las achiras, son esencia de una cultura que tiene su propia vitalidad y que se transmite de bocado en bocado.

Del rajaleña pulido brotaron los autores y compositores que unieron esos versos incómodos a una lírica fugada de los guadales, las espumas, de las vegas de las orillas de los ríos y quebradas, y de la feromona que debe escaparse cuando se agita la falda campesina.

En el Huila todos somos hijos del rajaleña.

San Pedro en Bogotá, en el silencio del encierro. 29 de junio de 2020.

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