Por Fernando Calderón España
En las próximas elecciones, a juzgar por las encuestas, que preguntan primero si el ciudadano va a votar o no, la intención de hacerlo llega al 75% de los consultados.
Se colige, entonces, que el abstencionismo podría sufrir una baja enorme, si tenemos en cuenta que la cifra de ciudadanos que no vota ha rondado siempre el 50%, y ha llegado en ocasiones al 59% como en 2014. Es decir, el fantasma de la ausencia en las urnas se disiparía, considerablemente.
En Colombia, por estos tiempos, hay una masa electoral nueva que está llegando a la ciudadanía, en oleadas que vienen desde 2010, conformando una generación de colombianos ajenos a fenómenos políticos que creaban decepción en muchos ciudadanos que, incluso, han desaparecido por diversas circunstancias.
Los nuevos ciudadanos, que no son dados a repasar la historia de nuestra nación y están ávidos por decidir, acuden a las urnas para estrenar la condición electoral, para expresar una capacidad, para romper mitos como los que generan las inclinaciones sexuales, para acompañar opciones de contemporaneidad, o para apoyar una aspiración repetitiva que por tal crea simpatía y algún merecimiento.
La ideología o las adhesiones por alguna convicción sobre cómo gobernar han ido quedando atrás o se han debilitado al punto de atomizar un bipartidismo que no supo mantener el pacto de lealtades con el que sellaban sus compromisos.
Incluso, movimientos que atizaron las pasiones se quedaron rezagados y hoy viven de alguna llama que antes fue intensa y hoy flamean débiles, a punto de apagarse a pesar de sus extremismos abrasadores. En su defensa sobreviven algunos apasionados que parecen dinosaurios.
Con excepciones, los partidos políticos que salieron de esa pulverización mellaron a los tradicionales y hasta obtuvieron el poder, podrán seguir sobreviviendo gracias a candidatos que, aunque curtidos en lo electoral todavía parecen jóvenes. Y en la medida en que el gobierno actual lo permita podrían continuar navegando hasta llegar a la orilla.
Si la administración de hoy sabe comunicar resultados, los nuevos electores tienen una justificación para alejarse de movimientos que creen con firmeza que mandar es un ejercicio del garrote y que solo puede ser ejecutado por una aristocracia, que en Colombia se ha dejado untar, por conveniencia, de mucha ralea.
Como aquí el ciudadano ha ido adquiriendo su saber político de acuerdo con la idea de Locke que sostenía que “la mente humana era una tábula rasa que adquiría conocimientos por medio de la observación y el raciocinio”, y ante la ausencia cada vez más fuerte de la visita a la fuente, a los libros, a los documentos, a los testigos, a los archivos, se espera que la sola curiosidad e inspección de los hechos políticos de las últimas dos décadas sean suficientes para tomar decisiones desprovistas de la herencia pasional que produjo sentencias mesiánicas, o de la seducción ante un cargo público a la vista, o lo que sería peor, ante unas monedas de cobre, zinc y níquel.
Que haya suerte para que las decisiones abunden transformadas en tarjetones.
La democracia no es débil. Su fortaleza o debilidad depende de sus ciudadanos. Si el ciudadano legitima la democracia como modelo de gobierno vivirá.
La única manera de que la democracia viva será la constante coincidencia de la contradicción.