Desde el ático

Por Fernando Calderón España.

El poder judicial en Colombia se desacreditó cuando la prostituta jurídica de la Constitución Política de 1991 corrompió a su cabeza principal, la cúpula de la misma, y creó un abanico de altas cortes para engrosar la nómina judicial de privilegio.

Y fue invento de los políticos de turno, los constituyentes, incluido el recién llegado M19, que produjeron esa medusa de la justicia con cabellera de serpientes.

En la mitología griega, la Medusa era una doncella a la que aspiraban muchos candidatos, que fue violada por Poseidón, convirtiéndose en un monstruo que petrificaba a todo el que la miraba fijamente.

Así, se creó el monstruo de la justicia: Una Corte para cada necesidad. Con un montón de llamados magistrados a quienes se les paga por hacer triquiñuelas. Colombia tiene cerca de un centenar de magistrados elegidos en contubernio con los políticos de turno. Esa elegibilidad amangualada de los tres poderes para hacerse suavecito a la hora de traficar con las influencias, desprestigió a la justicia y a su templo de Atenea. El pretexto: la teoría de la colaboración entre poderes.

Antes del 91, llegar a la magistratura era un honor ganado después de una larguísima carrera judicial y de probadas e insobornables condiciones morales. Hoy, ese templo está plagado de eruditos en ebriedad, complacientes Romeos, sabiondos de la leguyelada interesada, medianeros del futuro individual. No del colectivo.

Si a la Corte única.

El desprestigio de los miembros de una institución menoscaba el impoluto carácter o la naturaleza con la que la sociedad dotó un poder que se hizo para gobernar la justicia. Locke y Montesquieu, lo teorizaron en función de la libertad. No en función de la necesidad. La necesidad es un fundamento más económico que político.

Hasta que no se acabe la orgía de los poderes que ha desnudado el alma de quienes los gobiernan, a Colombia la seguirán abusando.

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