Por Maria Alejandra Tangarife Toro – 15/03/2021.
Para nadie es un secreto que la globalización, los avances tecnológicos y la explotación de recursos naturales permiten que los bienes, como la ropa, sean cada vez más variados, producidos en mayor masa y distribuidos a más rincones del mundo.
Según reportes de Inexmoda, desde el 2019 el consumo en vestuario de los colombianos ha aumentado significativamente, aproximándose el consumo per cápita a 293.642 pesos, y se proyecta que ha subido un 4,8 % en el anterior año, con un comportamiento similar para los próximos dos años también.
Las prendas de vestir pasaron de ser una necesidad básica a representar posiciones sociales, identidades y capacidad adquisitiva. Con ese cambio, la oferta aumentó y la demanda también, lo que terminó en la aparición del concepto y estructura del fast fashion, o moda rápida. Con este modelo de negocio las marcas pasaron de lanzar cuatro colecciones al año, que muchas veces se basaban en las temporadas del año, a lanzar una cada semana en los casos de las empresas más grandes.
Esa productividad se traduce también en un desbalance para el medio ambiente, pues las materias primas extraídas sobrepasan la capacidad que tiene la naturaleza y los residuos que deja el proceso de producción no son reaprovechados posteriormente. Por ejemplo, en Bogotá el sector textil genera un promedio aproximado de 2.725.053 toneladas de residuos post-industriales al año y 45.904 toneladas de residuos post-consumo al año, con base en cifras del DANE.
Colombia más que ser un país abanderado y principal productor en el modelo de fast fashion es consumidor, puesto que importa más de lo que produce al no contar con la tecnología necesaria, según FENALCO. Con esto, el consumo de prendas en este país se concentra en grandes multinacionales que brindan variedad alta a precios bajos para el consumidor, pero más que elevados para el planeta.
Algunas cifras que lo demuestran son dadas por estudios de la ONG Environmental Justice Foundation: el 20 % de la contaminación del agua dulce por procesos industriales proviene de tratamientos textiles y el teñido en producciones de denim. Para producir un kilogramo de fibra de algodón (el peso promedio de un jean) se necesitan entre 10.000 y 17.000 litros de agua, también se requieren 2.700 litros de agua para elaborar una camiseta de algodón de 250 gramos.
Por lo tanto, vestirse no es solo cuestión de gustos; la industria textil no solo genera procesos económicos sino medioambientales y extractivistas. Además, los consumidores no solo toman decisiones básicas al escoger entre una prenda y otra, sino que contribuyen al detrimento de los recursos naturales que aún hay disponibles, apoyando inconsciente o indirectamente una moda agresiva con el planeta Tierra.
En Colombia aún hace falta invertir para que se importen menos bienes generados en la cadena del fast fashion, hace falta que este tema se ponga sobre la mesa y se promuevan decisiones de compra más ligadas a la sostenibilidad ambiental.