María M. Mur, Santiago de Chile, 2 jul (EFE).- Mientras la pandemia del coronavirus empuja a millones de personas en Latinoamérica a la pobreza y a estrictos confinamientos generando un angustia y un hastío infinitos, una fundación chilena ha encontrado la fórmula para hacer la cuarentena más liviana a los más vulnerables: comida y libros.
“La lectura es un gran agente de desarrollo social, no solo cultural, y leer en tiempos de COVID-19 es fundamental”, explicó a Efe la fundadora de Banco de Libros, Luz Borges.
“Los libros son alimentos para el espíritu y una buena compañía en tiempos de pandemia”, agregó.
Creada hace dos años para acercar la lectura a los barrios más humildes de la periferia de Santiago, la fundación se ha tenido que reinventar con la pandemia.
Los centros comunales a donde llevaban los libros están cerrados y muchos vecinos se han quedado sin pasatiempos, por lo que hace un mes decidieron darle una vuelta de tuerca y aliarse con distintas organizaciones vecinales para repartir sus libros en las “ollas comunes”.
Estas iniciativas, una suerte de comedores comunales, aparecieron en la década de 1920, pero se hicieron muy populares en la crisis de 1982, en plena dictadura de Augusto Pinochet, y hoy en día se están expandiendo por todo Chile.
“Son un punto de organización comunal muy importante, de apoyo, de solidaridad y de entrega sin ningún interés”, apuntó Borges.
Con solo 19 millones de habitantes, Chile es el séptimo país del mundo con más contagios, por detrás de Italia o España, según la Universidad Johns Hopkins. El último balance ya asciende a más de 282.000 contagios y 9.000 muertos entre confirmados y sospechosos.
La pandemia, que aún no puede darse por controlada, está dejando una estela de pobreza a su paso. El Banco Central de Chile estima una recesión de hasta el 7,5 % para 2020, mientras que la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) calcula que la pobreza podría llegar al 13,7 %.
LIBROS DE AUTOAYUDA, LOS MÁS SOLICITADOS
Con su vasija de cristal llena de lentejas con arroz, una mujer hojea varios libros de una resquebrajada estantería coronada por un cartel que dice “Elige uno y léelo en familia”.
Se termina decantando por la novela más famosa de su compatriota Isabel Allende, “La casa de los espíritus”. A su lado, otra mujer coge el bestseller “Come, reza, ama”, de la estadounidense Liz Gilbert.
“Me encantó la película de Julia Roberts y quiero leerme el libro”, dice a Efe a las afueras de un local de Conchalí, un barrio en la periferia norte de la capital y uno de los más azotados por el virus.
Desde que comenzó la crisis, la fundación ya ha repartido cerca de un millar de libros entre novelas, poesía y cuentos infantiles, aunque su fundadora reconoce que los que mejor recepción están teniendo son los de autoayuda y autoconocimiento.
“Chile es desigual hasta en la lectura. Como promedio nacional, somos pésimos lectores, pero tenemos una élite muy lectora. Los libros están muy mal repartidos y son carísimos, incluso sacándoles el IVA”, lamentó.
El perfil de vecinos que acude a las ollas comunes y que se lleva libros ha ido variando a lo largo de estos tres meses de crisis sanitaria.
Mario Mardones, uno de los organizadores de la olla de Zapadores, cuenta a Efe que al principio llegaba mucha gente en situación de calle, pero que con los días se empezaron a acercar familias enteras, que se han quedado sin trabajo y ahorros y tienen que elegir entre pagar el alquiler o comer.
Para hacer frente a los estragos económicos, el Gobierno chileno repartió 2,5 millones de canastas de alimentos y productos de higiene y presentó en el Parlamento un programa de emergencia de 12.000 millones de dólares, que incluye un ingreso básico de 100.000 pesos (126 dólares), entre otras medidas, aunque muchos en la calle sienten que aún es insuficiente.
“Las olla común no es solo paliar el hambre, somos vecinos que nos estamos organizando para construir un nuevo país”, concluyó Mardones. EFE
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