Por Maria Alejandra Tangarife Toro | 04/05/2021.
Como un arma para el arte se ha erigido el cine en nuestra historia. El cine, arte mudo en sus inicios, pero siempre tan potente, ha estado en los momentos de cambio más importantes de cada sociedad y cada país. Específicamente, en América Latina, donde múltiples dictaduras marcaron el siglo XX, los medios masivos de comunicación han sido cruciales tanto para los gobiernos totalitarios, como para los ciudadanos insurrectos.
La producción de películas de ficción y no ficción en esta región haciendo alusión a los momentos de revolución tienen como característica el tipo de aproximaciones de sus directores y la diversa conceptualización que termina teniendo la palabra revolución.
Por ejemplo, en el caso de la revolución mexicana que inició a principios del siglo XX, hay un film cuya creación se dio en un contexto en que la temática de la revolución permitía al tiempo afianzar la industria cinematográfica nacional frente a los avances del conglomerado hollywoodense. Se trata de Memorias de un mexicano (1950), que fue montada por Carmen Toscano, a partir de las videografías recopiladas por su padre en los años de la revolución, mostrando un orden cronológico de los sucesos que permitieron mayores libertades democráticas en ese país.
Posteriormente, en Cuba, entre la década de los sesenta y setenta, se habla de una mixtura cinematográfica en la que los realizadores crean filmes que transitan entre la ficción y el documental a la hora de poner en la pantalla la representación de la revolución. Un caso es el de Memorias del subdesarrollo, de Tomás Gutiérrez (1968), que habla de la revolución desde múltiples preguntas, pues demuestra el complejo entramado político y cultural con sus contradicciones dadas desde la misma cabeza de la revolución.
Así, se da un período entre 1959, desde la Revolución Cubana hasta el asesinato de Salvador Allende en Chile, en 1973, en el que a través de diferentes expresiones cinematográficas se puso en el centro la política y la expectativa revolucionaria, según el Centro de Investigación y Nuevos Estudios sobre Cine.
En el caso colombiano, donde no se puede hablar de toda una revolución sino de muchos episodios de cambios y tensiones políticas que se han distribuido desde el siglo XX hasta el presente, hay distintos filmes que representan el poder del pueblo de generar cambios. Sobre eso, La estrategia del caracol (1993) y Perder es cuestión de método (2005), ambas del director Sergio Cabrera, demuestran en diferentes situaciones la unión de personas que ejercen diferentes papeles en la sociedad (periodistas prostitutas, mujeres, artistas) para hacer frente a poderosos corruptos.
Se debe decir que el análisis de la representación de las revoluciones en el cine latinoamericano ha sido y será un tema extenso, pues esta es una región en constante tensión entre dirigentes y ciudadanos. Sin embargo, un pequeño esbozo de esta trayectoria debe recordarnos que este es un momento para el arte; esa es la herramienta que permite investigar desde diferentes puntos de vista las transformaciones históricas que contienen tantos factores entretejidos.
Es importante recalcar que una combinación del uso de la tecnología y la entrega a la sensibilidad permitirán retratar lo que hoy sucede en los juegos de poder en Colombia y en otros países.