
Por Fernando Calderón España
Cada 4 años aparecen las invitaciones y ofertas proselitistas para salvar a Colombia.
En esas promesas completamos dos siglos sin lograr que el fin de toda sociedad humana regida por el contrato social se cumpla: el bienestar y la felicidad de todos.
Por el contrario, la desigualdad se ha convertido en una etiqueta tan grande que nos identifica, fácilmente, en todo el planeta.
Viendo el debate final, una sola persona me produce el sentimiento de que puede cambiar con acierto, la nostalgia de una mayoría de colombianos que ve cada mañana que el pan de cada día se le esfuma de sus manos: esa persona es Gustavo Petro.
La lucha de Gustavo es la misma que hemos librado muchos colombianos salidos de los estratos bajos y que logramos vencer los embates de un sistema cuyo modelo ha sido siempre la exclusión.
En eso me ayudaron personas que estaban en la posición de reconocer una competencia diferenciadora y que el azar nos puso en el camino. Y los dueños de empresas que me encontré en la vida radial, una parte de ellos con un alto sentido social, a pesar de sus objetivos de agrandar la ganancia. A ellos siempre les he agradecido.
Siempre me ha dolido la angustia ajena. Por eso escribo aupado por el sentimiento solidario que cultivé desde niño.
En Suiza se acaba de decir que la desigualdad en América Latina sólo se combate con la inclusión, un concepto esquivo para la codicia, la ambición y el individualismo que nos deja un capitalismo para unos pocos y no como debería ser, para todos.
Hay una oportunidad para que todos los colombianos que se encuentran en capacidad de perseguir objetivos que mejoren su calidad de vida, en términos de equidad y oportunidades, lleguen a alcanzarlos sin la incertidumbre de muchos que salen cada mañana a rebuscarse ese pan de cada día.
Aquí me viene a la memoria mi papá y mi mamá. Tengo la imagen que los muestra todos los días saliendo de la casa a conseguir el sustento de la prole a pesar de sus propios fantasmas.
Los colombianos de hoy necesitan más estudio, más conocimiento y un acceso a ellos sin exclusividades. Digo necesitan porque yo ya no soy de hoy.
Y necesitan también, entre otros, un proceso de agroindustrializacion, cuya demora es ya un mal relato del realismo mágico.
La época se me antoja similar a las elecciones de 1970, cuando Rojas Pinilla y su partido la ANAPO estaban al borde de llegar al poder representando la gran fuerza popular de la que hacía parte mi papá, como también el papá de Petro. Un icónico fraude electoral echó al piso todas las ilusiones de esa masa enorme de colombianos cuyo destino no ha cambiado aún, como si la pobreza fuera una herencia maldita.
No estoy invitando a votar por quien yo voy a votar.
Respeto a rabiar la libertad que cada colombiano elector tiene para decidir y hasta me haría matar por esa libertad, lo mismo que por la libertad de expresión.
Vote por el que usted prefiera si decide votar. Si no quiere votar, le respeto su determinación.
En Colombia no hay que defender ninguna democracia porque no ha habido, sino para unos pocos.
No hay que defender nada.
Solo hay que atacar la pésima redistribución del ingreso. Y pelear por el bienestar y la felicidad de todos.
No soy católico aunque fui formado en esa religión. Pero siempre me gustó el eslogan que considero el mejor en la historia de la propaganda religiosa o política de todos los tiempos: amaos los unos a los otros.
El candidato que gane tendrá mis deseos porque le vaya bien.
No seré un incongruente con lo que predico, así no me identifique con su manera de pensar sobre las soluciones que necesita Colombia.
El destino dirá si nos merecemos mejores gobernantes a los que hemos tenido en estos 212 años de vida republicana.
Que no haya hambre, que haya trabajo bien remunerado, que haya compatriotas más y mejor preparados, que haya paz en los corazones y cuerpos colombianos es lo que anhelo.
Solo pido que renazca el sentimiento de solidaridad que vi en las calles y bazares de mi barrio en Garzón y que se ha diluido producto del individualismo mal concebido.
Tenemos que volver al significado de prójimo (próximo) y ayudarlo, respetarlo, convivir con sus particularidades y aceptar sus diferencias.