Belén Delgado, Madrid, 24 ago (EFE).- Los productores latinoamericanos de alimentos orgánicos cada vez están más presentes en el mercado de la Unión Europea (UE), pero necesitan de alianzas, apoyo técnico y mayor cuota de beneficios para consolidar su presencia.
Varios proyectos de distintas organizaciones intentan dar respuesta a estas necesidades y en los últimos años han facilitado asistencia a los agricultores para adaptar su producción a las exigencias de los distribuidores y fortalecer sus capacidades.
El Instituto de Investigación de Agricultura Orgánica (FiBL) ha recibido el encargo de cadenas de supermercados europeas para que busquen potenciales proveedores de productos orgánicos en países como Chile, Colombia, Brasil, Ecuador, Perú o la República Dominicana.
Sus expertos evalúan a los productores, para ver si cumplen los requisitos de volumen o calidad, y les asesoran en cuestiones como la metodología o la certificación, dependiendo de si se trata de grandes empresas o cooperativas de pequeños agricultores.
APOYO A CARGO DE LOS SUPERMERCADOS
“Lo que queremos es que el productor sea fuerte en la producción y eficiente”, declara a Efe el especialista del FiBL Salvador Garibay, que señala que también ayudan a combatir plagas o enfermedades con soluciones prácticas.
Esos proyectos comerciales existen desde 2001, a raíz de las demandas que despertaba la agricultura orgánica en Europa del Este y el interés que mostraban supermercados y agencias de cooperación por crear mercados en países en desarrollo.
Para Garibay, en los últimos años ha habido “un avance bastante bueno” en términos de producción y generación de conocimientos en América Latina, aunque “siempre hay puntos donde hace falta mejorar” en la implementación de los sistemas orgánicos.
Los agricultores no tienen que pagar por esa asesoría, que les sirve para desarrollar sistemas de control interno y de certificación adaptada a sus condiciones.
“Al final el cliente quiere un producto que cubra todos los requerimientos”, subraya el experto.
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TRAZABILIDAD EN LA CADENA
Según la Comisión Europea, en 2019 entraron en la Unión Europea 3,24 millones de toneladas de productos orgánicos, el 0,4 % más que en 2018, y los diez mayores importadores fueron China, Ecuador, República Dominicana, Ucrania, Turquía, Perú, India, Brasil, Colombia y Kazajistán.
Con sede en Holanda, Eosta es la mayor importadora de frutas y verduras orgánicas de Europa, donde llega a unos 500 comercios minoristas.
Su fundador y director, Volkert Engelsman, explica que ponen en la parte delantera del envase la cara del productor y, mediante un código, detallan su historia, el origen del producto, el trato a los trabajadores y las contribuciones a la calidad del suelo, del agua y de la biodiversidad.
Además de ese sistema “transparente”, la empresa cumple con los certificados orgánicos de distintos países, paga más por los servicios ambientales y sociales que el productor realiza, facilita préstamos y proporciona acceso estable a los mercados gracias a los programas fijos que tiene con productores y minoristas.
“Podemos prefinanciar hasta el 70 % del valor estimado de exportación con hasta un año de antelación porque tenemos un acuerdo con bancos verdes”, asevera Engelsman.
Añade que el acompañamiento puede darse de muchos modos, con actividades que van desde prácticas agronómicas hasta finanzas, empaquetamiento, logística, promoción o distribución.
En sus operaciones con países de Latinoamérica, al igual que en África y Asia, Eosta ha detectado una fuerte demanda de naranjas, limones, kiwis, boniatos, piñas y aguacates, entre otros alimentos.
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Otro ejemplo es el de Cooperativas Sin Fronteras, compuesta por 30 asociaciones de productores orgánicos y de comercio justo de Argentina, Perú, Bolivia, Brasil, Panamá, Costa Rica, Nicaragua, Guatemala e Italia.
En alianza con empresas y cooperativas de consumidores, comercializan cacao, café, azúcar, frutas tropicales y miel de abejas en Europa, Japón, Estados Unidos y Canadá.
La especialista Julia Lernoud, de la comisión directiva de la Federación Internacional de Movimientos de Agricultura Orgánica (Ifoam), destaca la labor de esta organización, que trabaja con productores latinoamericanos que aportan la materia y luego en Italia esta se procesa para su posterior venta.
Un aspecto interesante es que “el valor agregado se divide en partes iguales”, dice Lernoud, frente a la debilidad que suelen tener los pequeños exportadores para fijar los precios y competir en el mercado internacional.
El proyecto persigue el fortalecimiento de las organizaciones y un mejor posicionamiento en el mercado con productos de calidad y relaciones de cooperación, directas y a largo plazo entre comercializadoras y productores.
Sus criterios son los mismos que promueven otros movimientos como Slow Food, Ifoam, Fairtrade o la red SPP (Símbolo de Pequeños Productores), todos ellos a favor del desarrollo sostenible. EFE
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