Antiguos hermanos soviéticos, inmigrantes indeseables ahora

GRAF509. MOSCÚ, 14/06/2020.- La kirguís Gulzar habla ruso perfectamente y tiene dos diplomas, pero eso ya no es suficiente. Los antiguos hermanos de las repúblicas soviéticas son ahora vistos en Rusia como inmigrantes indeseables que arrebatan el trabajo a la población local impregnada de un profundo chovinismo xenófobo alimentado por el Kremlin. EFE/Ignacio Ortega

Ignacio Ortega, Moscú, 14 jun (EFE).- La kirguís Gulzar Karaváeva habla ruso perfectamente y tiene dos diplomas, pero eso ya no es suficiente: los antiguos hermanos de las repúblicas soviéticas son vistos ahora en Rusia como inmigrantes indeseables que arrebatan el trabajo a la población local, impregnada de un profundo chovinismo xenófobo alimentado por el Kremlin.

“Para la policía rusa somos carne, monederos ambulantes que pueden exprimir cuanto quieran. No somos ni seres humanos”, asegura a Efe Gulzar, de 44 años, en el banco de un parque infantil del norte de Moscú.

 

SIN UN KÓPEK EN EL BOLSILLO
Después de cuatro meses sin trabajar, a Gulzar ya no le queda dinero ni para el metro. Desde febrero ha tenido que deambular por Moscú, maleta en mano, en busca de un lugar donde pasar la noche: un apartamento de un amigo, un coche, una pensión de mala muerte o la cabina de un camión.

“No puedo ni lavarme”, asegura disculpándose.

Y es que la pandemia del coronavirus ha acentuado las penurias de los inmigrantes extranjeros en este país, 11,5 millones, de los que más de un tercio proceden de tres repúblicas de Asia Central: Tayikistán, Kirguizistán y Uzbekistán.

Sin dinero, sin trabajo, sin casa, sin billete de vuelta y, en muchas ocasiones, sin papeles en regla, son carne de deportación.

“Si eres ciudadano ruso, eres persona. Si no tienes pasaporte ruso, eres de tercera categoría y has venido a robar un mendrugo de pan que no es tuyo. En cuanto tienes la tez un poco morena y los ojos un poco rasgados, te miran como si no fueras un ser humano”, afirma.

 

LES LLAMAN “CHURKI”
A Gulzar, que ha trabajado en los últimos siete años en Moscú de cocinera, agente inmobiliario, masajista y empleada de una agencia teatral, le indigna el trato que reciben los centroasiáticos, sea de gente común o de supremacistas eslavos.

“Es como si no viniéramos de la civilización. Los rusos creen que aún dormimos en yurtas (viviendas de los nómadas). Nos ven como maleducados e incultos y nos acusan de tener mala fe y ser deshonestos”, asevera.

A menudo, tiene que escuchar insultos. La palabra que los rusos utilizan para dirigirse despectivamente a los centroasiáticos es “churki”, una especie de leño que no sirve para nada.

Los caucásicos, a los que llaman “culos negros”, fueron durante mucho tiempo el objetivo número uno de los ultranacionalistas. Ahora, le ha tocado el turno a los centroasiáticos.

 

OCUPAR MOSCÚ
Los rusos les acusan de “ocupar Moscú”, aceptar salarios mal pagados y “dejarles sin trabajo”.

“Es que no es verdad. Primero, ellos nunca trabajarían por ese dinero. Y, además, yo he trabajado con rusos. Trabajan hasta recibir el primer sueldo y después faltan al trabajo hasta que se lo han bebido todo”, subraya.

Ahora, el presidente ruso, Vladímir Putin, ha ordenado por decreto que sean los rusos los que tengan prioridad a la hora de reintegrarse en el mercado laboral.

“No sé cuanto tiempo más vamos a resistir. Ya no nos queda nada”, señala.

 

LA POLICÍA: EXTORSIÓN Y VIOLENCIA
Con todo, la mayor amenaza es la policía, especialmente la Guardia Nacional.

“Se acercan a cualquiera que no sea blanco y te extraen literalmente dinero. Has venido a Rusia a trabajar, entonces tienes dinero. Te amenazan, extorsionan, explotan y roban”, explica.

Utilizan “cualquier medio” para lograr que lo Gulzar llama “la suma necesaria”. Si hace falta, te golpean, te detienen o te encierran en comisaría hasta que pagues, explica.

“Visité muchas cárceles. La policía utiliza a los inmigrantes como tapadera para sus negocios oscuros. Estoy convencido de que el 80 por ciento de los inmigrantes que están en prisión son inocentes”, insiste.

De hecho, Gulsar está sola porque su marido fue deportado en 2018 a Tayikistán durante las redadas previas al Mundial de fútbol.

Confía en que pronto encontrará un trabajo, ya que desde febrero no envía a Kirguizistán las medicinas que necesita su madre enferma.

“A Rusia venimos porque no tenemos elección. Si tuviéramos más dinero para viajar, yo me iría a Alemania u Holanda, donde se cumplen las leyes. Mejor vivir allí. Aquí se violan tus derechos humanos todo el santo día”, sentencia.EFE
io/cae

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