EE.UU se mira en su espejo roto

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Alfonso Fernández, Washington, 10 jun (EFE).- Protestas sociales de costa a costa, cerca de 40 millones de personas desempleadas y más de 100.000 fallecidos por el coronavirus, Estados Unidos vive una combinación de crisis sin precedentes que arroja sombras sobre su orgullo nacional y agrieta su imagen internacional.

A ello se suma que la Casa Blanca está ocupada por uno de los presidentes más controvertidos de las últimas décadas, Donald Trump.

Los últimos tres meses han sido como una sucesión de shocks eléctricos a la primera potencia mundial.

Primero, la llegada de la pandemia del coronavirus, con momentos asombrosos como el despliegue de un hospital militar de campaña en Central Park en Nueva York, y que ha dejado ya más de 100.000 muertos.

A continuación, la ola de despidos masivos provocada por las medidas de restricción de movilidad y confinamiento para contener la expansión de la enfermedad, que llevaron a solicitar el subsidio de desempleo a más de 40 millones de estadounidenses.

Y, por último, los mayores protestas raciales por brutalidad policial en medio siglo, algunas de las cuales derivaron en saqueos y disturbios, tras la muerte en Mineápolis a finales de mayo de George Floyd, asfixiado bajo la rodilla de un policía blanco.

 

UN LÍDER ATRINCHERADO
“Es una combinación de diferentes fuerzas a la vez, y con un liderazgo totalmente deficiente. Sería difícil para cualquier líder, pero lastimosamente el que tenemos solo lidera para un sector minoritario del país”, explica a Efe Erick Langer, profesor de Historia de la Escuela de Relaciones Internacionales de la Universidad de Georgetown, en Washington.

Una de las imágenes más potentes de la actual crisis, y replicada sin fin en las televisiones, es la del presidente Trump atrincherado en una Casa Blanca fortificada por vallas y agentes.

“Son imágenes sumamente desfavorables, ha construido su propio muro separándose del pueblo. La Casa Blanca debería ser la casa del pueblo”, subraya Langer.

A ello se añade la dispersión de manifestantes del pasado 1 de junio con gases lacrimógenos y porrazos para que el mandatario pudiera cruzar la plaza Lafayette y hacerse una foto con una Biblia el la mano ante la iglesia de Saint John’s.

Pese a la insistencia de Trump en calificar de “saqueadores y anarquistas” a los manifestantes, uno de los aspectos más notables es la heterogeneidad en el seno de las marchas: jóvenes y mayores, blancos, negros e hispanos, hombres y mujeres.

Es por ello que el escritor y ensayista Ta Nehisi Coates, uno de las grandes referentes intelectuales afroamericanos actuales, se mostró “sorprendentemente esperanzado”.

“Creo que grandes sectores de EE.UU. ahora ven a Trump como la Policía. Sienten sobre Trump lo mismo que sienten sobre los policías. Esto significa una enorme negación de legitimidad. Donald Trump puede ganar las elecciones en noviembre, pero será un gobernante y no un presidente. Es una diferencia clave”, señaló Coates en una conversación con el portal de información Vox.

 

IMAGEN INTERNACIONAL AGRIETADA
Lo que ocurre en Estados Unidos tiene una fuerte resonancia en el resto del planeta, dado que se trata de la potencia que ha marcado el rumbo geopolítico mundial desde el final de la II Guerra Mundial, en 1945.

Este peso específico se demuestra a través de apasionados amores y odios.

Una muestra de ello son las decenas de manifestaciones que han surgido en Europa y otras regiones para denunciar la violencia racial y la brutalidad policial en Estados Unidos.

“Más que poner a EE.UU. primero, como suele repetir incesantemente en sus mítines, lo que ha hecho es dejarlo solo. Trump ha tratado de destruir el sistema político internacional que EE.UU. había creado y del que se había aprovechado”, remarca Langer.

“Estados Unidos -lamenta el profesor universitario- ha dejado el escenario global”.

Algo que ha quedado aún más en evidencia con la crisis del coronavirus, que ha dejado en el país más de 100.000 muertos y casi 2 millones de contagiados.

Trump, cuya estrategia se sustenta en el principio de negar siempre cualquier error propio, ha redoblado su dedo acusatorio al multilateralismo y anunció su retirada de la Organización Mundial de la Salud (OMS).

De hecho, sus intentos de retomar la agenda global, como la fallida convocatoria de una cumbre del G7 en Washington este mes, han sido recibidos con tibieza por parte de la comunidad internacional, en el mejor de los casos, o silencio, en el peor.

Si la Casa Blanca celebraba un día la buena disposición de los líderes globales a una cita para celebrar el “regreso a la normalidad” tras la crisis, días después el propio Trump se veía obligado a anunciar su cancelación ante el escaso interés y la negativa a asistir de la canciller alemana, Angela Merkel.

 

CRISIS ECONÓMICA Y POLARIZACIÓN
La historia enseña que los declives de las grandes potencias suelen partir de problemas económicos.

Con un desempleo que cerró mayo en el 13,3 %, por encima del alcanzado en la Gran Depresión de 1930, y una caída estimada del PIB de más de 6 %, la cicatrices serán profundas y difíciles de sanar en EE.UU.

El Oficina de Presupuesto del Congreso (CBO) ha advertido que prevé que el país no recupere el nivel económico previo a la crisis hasta dentro de una década, en 2030.

Mark Bray, profesor de Historia de la Universidad Rutgers, en Nueva Jersey, señala que las actuales protestas muestran “desgarros en el tejido social” que plantean desafíos más amplios.

“Tiene ciertas similitudes con los disturbios de 1968 (tras el asesinato de Martin Luther King) en el sentido de la aguda polarización y las guerras culturales que vive el país”, comenta a Efe Bray, autor de un libro sobre el movimiento izquierdista Antifa, al que Trump responsabiliza de estar tras las protestas.

A juicio del historiador, Antifa (marcado por un carácter antifascista) y el Black Lives Matter (las vidas negras importan) tienen ciertos puntos en los que “se solapan”, pero proceden de “ámbitos distintos” y son solo una parte de la gran diversidad vista en las calles.

“El punto en común son los espectaculares fracasos de Trump en la gestión de la pandemia, su criminalización constante de quien se le opone. Y que se alimentan de la enorme frustración que ha ido acumulando la ciudadanía tras semanas de confinamiento y la falta de empleo y de clases”, sostiene. EFE
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