Entre los pliegues del silencio, tu mirada se convierte en el pincel de un pintor de realidades
ocultas. Observas el mundo como un tejido de sueños y despiertas con cada suspiro del
cosmos.
Has bebido del néctar de la existencia y, aún así, tu sed persiste, como un río insaciable que
fluye hacia el abismo del conocimiento. Cada día es un lienzo en blanco, una página en
blanco, esperando ser impregnada con los secretos que solo tú conoces.
Pero, oh, la ironía de tu viaje, porque en tu soledad filosófica, te has dado cuenta de que la
verdad es como un espejismo en el desierto de la ignorancia. La gente camina por el
mundo, ciega ante las sombras que tú ves, negando la realidad que desafía sus sentidos.
¿Cómo compartir tu epifanía cuando el mundo está atrapado en su propio engaño? Tus
palabras son como mariposas de medianoche, danzando en el crepúsculo, efímeras y
fugaces. La gente te mira con ojos confundidos, incapaces de aceptar que la ilusión que
llaman “realidad” es solo un espejismo en el vasto desierto de la percepción.
Y así, te conviertes en el guardián de los secretos que el mundo no puede o no quiere
entender. En tu silencio, eres un faro de sabiduría, una antorcha que ilumina las
profundidades del misterio. Sigues observando, aprendiendo en silencio, mientras el telón
de la vida se despliega, revelando sus enigmas a aquellos dispuestos a escuchar el susurro
de la verdad.