Ricardo Maldonado Rozo, Cartagena (Colombia), 2 jun (EFE).- La rutilante Cartagena de Indias, promocionada ante el mundo como la joya del turismo en Colombia, reveló su cara oculta durante la pandemia de coronavirus, la de una ciudad desigual, con elevados índices de pobreza, desangrada por la corrupción y con un sistema de salud insuficiente.
Las imágenes de tarjeta postal de sus coloniales callejuelas atestadas de turistas, caserones y murallas en su centro histórico que han maravillado al mundo lucen desiertas en las noches de la cuarentena, lo que revela otro de sus problemas: poca gente habita la ciudad amurallada, que cambió su uso residencial por el de hospedaje para visitantes.
Desde que la mayoría de sus casonas coloniales y republicanas fueron transformadas en lujosos restaurantes, exclusivos hoteles y bares para turistas, los cartageneros sienten que el centro histórico ya no les pertenece.
LA CARTAGENA DE VERDAD
La otra Cartagena, la que no visitan los turistas y vibra con su herencia africana que se desborda en los bailes al ritmo de la champeta, es la misma que el secretario del Interior de la Alcaldía, David Múnera, describe como una ciudad compuesta por “unos cinturones de pobreza y de miseria (…) demasiado grandes”.
En esa gran zona, asegura Múnera, “más del 60 % de las personas que trabajan lo hacen en la informalidad; es decir, son cientos de miles de hombres y mujeres que trabajan en el día a día y eso obviamente tiene como consecuencia que la gran población de la ciudad viva en la pobreza”.
Dentro de esa Cartagena hay otra con muchas más dificultades, una que vive en la franja de “la miseria”, sin acceso a los servicios públicos básicos y en casas construidas con restos de chatarra, plástico y madera, a veces en calles de tierra por las que también corren las aguas negras por la falta de alcantarillado.
Según un estudio del programa Cartagena Cómo Vamos, la ciudad tiene los mayores índices de pobreza entre las principales ciudades colombianas y el 26 % de sus más de 900.000 habitantes vive en la pobreza.
Para Javier Ortiz, doctorando en Historia de El Colegio de México, la pobreza de Cartagena es herencia de la esclavitud.
“Haber sido el principal puerto receptor de esclavizados de la Nueva Granada y durante un momento de la historia de toda América, evidentemente traza un destino”, asegura a Efe.
En su opinión, “la desigualdad en Cartagena está instalada desde sus orígenes; sus habitantes mayoritariamente afrodescendientes siempre han estado en desventaja frente a una minoría mestiza, menos negra, que siempre ha gozado de las oportunidades educativas y laborales”.
EN MANOS DE LA CORRUPCIÓN
Múnera explica que otro gran problema de Cartagena es la corrupción que hizo que por el Palacio de la Aduana pasaran ocho alcaldes desde 2012, destituidos o inhabilitados, e incluso uno de ellos, Manuel Duque, fue a parar a la cárcel.
Todo esto, según el funcionario, dejó a la ciudad prácticamente en la ruina y con numerosos procesos judiciales que impiden al actual alcalde, William Dau, ejecutar a cabalidad su plan de Gobierno.
“Encontramos una ciudad embargada, hipotecada, con un déficit fiscal demasiado grande”, dice.
Múnera añade que “fruto de esa corrupción, Cartagena no tiene una red hospitalaria, no tiene centros de salud, los hospitales públicos (están) absolutamente quebrados. Entonces si unimos pobreza y corrupción política y nos coge una pandemia como esta, obviamente nos pone en una situación absolutamente desfavorable”.
CALDO DE CULTIVO PARA EL CORONAVIRUS
Las desigualdades sociales de la ciudad, acrecentadas en las últimas décadas por la llegada de miles de familias desplazadas por el conflicto armado y de inmigrantes venezolanos que huyeron de la crisis de ese país, han hecho de Cartagena un caldo de cultivo para los contagios de COVID-19.
El hacinamiento en los barrios populares es terrible, explica Múnera, quien pone como ejemplo que “en una habitación pueden vivir siete u ocho personas y ante un virus que es altamente contagioso es muy fácil” que se propague allí.
“Estamos en una cuarta parte de los muertos en Colombia, no solo por la comorbilidad que tienen los pacientes sino también por la deficiencia que tenemos en materia hospitalaria que es supremamente preocupante”, asegura el funcionario, para quien estos hechos hacen “que la situación en Cartagena sea bastante dramática”.
AL BORDE DEL DESASTRE
La ocupación de las unidades de cuidados intensivos (UCI) de la ciudad ya superó el 86 %, “lo que significa que si el contagio de la enfermedad se sigue propagando no vamos a tener camas UCI”.
Según datos del Instituto Nacional de Salud (INS), hasta el 1 de junio Cartagena tenía 3.037 casos confirmados de COVID-19 y 140 fallecidos.
La mejor forma de reducir los contagios es el distanciamiento social y para ello la Alcaldía contratará a 300 líderes comunitarios para hacer una campaña de pedagogía y cultura cívica.
“Se está montando todo un organigrama de visita barrio a barrio, cuadra a cuadra, casa a casa para tratar de crear esta conciencia ciudadana de por qué hay que estar en aislamiento”, afirma.
También se ordenó el cierre de barrios donde el número de contagios es alto y a quienes viven allí de trabajos esporádicos y mal pagos la Alcaldía les dará una asistencia alimentaria.
“Los cierres de la ciudad van acompañados de aumentar la ayuda alimentaria y esta es una de las cosas que estamos hablando con el Gobierno nacional porque entendemos que si vamos a encerrar a la gente hay que llevarles comida”, concluye el funcionario. EFE
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