Prólogo
El país y el mundo recuerdan esas caras sin pelo, redondas, perplejas, algunas pintadas de rojo. Eran finales de los ochenta cuando estalló la noticia: aparecieron para la civilización en el Guaviare los últimos nómadas selváticos sin ningún lazo con Occidente. Los Nukak Makú solo hablaban su lengua, salieron de su territorio lindante con la serranía de La Lindosa empujados por la guerra de los blancos.
Cuerpos esbeltos, mujeres altivas. Incluso una de ellas fue impulsada como modelo publicitaria por el ojo de los fotógrafos. En realidad, eran extraterrestres, no se había visto algo así por estas tierras. Su misterio fascinó.
Primero se supo de su desgracia. Colonos llegados a tumbar monte y sembrar coca, paramilitares de distintos pelambres, guerrilleros, ejército, irrumpieron en una vastedad de sabanas, cerros, trochas, caños, lagunas, entre los grandes ríos Guaviare e Inírida. Ahí vivían y caminaban dos mil Nukak, sus antepasados, sus espíritus, sus animales, sus tres mundos superpuestos.
Fueron cerbatanas y dardos contra armas de fuego, carreteras con jeeps contra piernas que trepan palmas para identificar caminos. ¿Qué mundo transcurre en el cerebro de estos compatriotas perseguidos? ¿Qué ciencia, qué alma, qué ilusiones bullen entre sus ancianos, sus ancestros, sus jóvenes capaces de imitar con perfección los sonidos de micos, pájaros, felinos?
En Villavicencio, capital del limítrofe departamento del Meta, había nacido una escritora cuyo semblante y energía no marcan el paso de los años. Mariela Zuluaga estaba a solo 300 kilómetros en carretera recta, de San José del Guaviare, capital próxima al territorio Nukak. En Génesis, primer capítulo del presente libro, ella confiesa “Mi última esperanza era este muchacho.” Lo describe con “ojos oblicuos que cambian varias veces de color”.
Se llama Jeenbúda´, ha asimilado los conocimientos de su padre y de la suma de sus muertos. Se defiende en las artes de la selva, teme a los malos espíritus, está enamorado, se aventura en las ciudades, pero busca ardientemente los rastros de su familia en el rescoldo de las hogueras.
La escritora descubrió en esos ojos la síntesis y el hilo conductor de la gran historia. Lo convierte en protagonista. Esos ojos serán sus ojos y los ojos de nosotros, los lectores. Saben mirar hacia atrás en el tiempo, hacia los mundos de arriba, intermedio y de abajo, incluso presagian dolorosamente la muerte del amor imposible.
“Gente que camina” es un camino que no para. Va hacia adelante recuperando en cada tramo las enseñanzas paternas y las prescripciones de los mitos. Se detiene en la intrincada artesanía de la pesca con barbasco, ese eficaz soporífero para dorados y bagres. Escruta el tamaño de las matas de achiote, totumo, guarumo, chontaduro y tamarindo, para calcular cuándo pasaron sus parientes por ahí.
En suma, es un recorrido del héroe juvenil expulsado, que lucha por recuperar la patria chica de su infancia. Su punto de vista y su empuje es el propio de la poesía. No busca informar sino taladrar conciencias.
Y como si fuera poco, plantea sin proponérselo relaciones con la ciencia moderna que postula la existencia no de un universo, sino de un multiverso, de varias realidades paralelas cuyas interrelaciones son tan misteriosas como las sendas plagadas de la selva profunda.
Arturo Guerrero
Bogotá, 25 de febrero de 2023
Esta es una corta reseña de mi vida y obra
Mariela Zuluaga nació en los Llanos Orientales de Colombia. Creció muy cerca del aeropuerto de Vanguardia, casi en las playas del río Guatiquía. En algunas ocasiones el rio se metía a su casa y entonces, ella, su familia y sus vecinos debían irse a otro sitio, mientras pasaba la inundación. La violencia política también tocó a su puerta y le enseñó que el hogar se puede construir en cualquier parte.
Sin saber que existía ese lenguaje al que nombran poesía, lo buscó desde niña para intentar registrar todos sus aprendizajes y compartir el asombro frente a aquel mundo que veía, hecho de árboles, pájaros, relámpagos y soles.
Al principio hacía acrósticos para los novios de sus compañeras de colegio, más tarde se hizo periodista y trabajó en distintos medios de Bucaramanga y Bogotá, siempre como reportera o cronista.
Se ha enfocado en promover la escritura porque está convencida de que todas las personas tienen historias y experiencias que pueden contar por sí mismas y con algunas herramientas, convertirlas en textos literarios que exalten y conserven la memoria de los pueblos. Por eso ha acompañado la creación de talleres permanentes de literatura, en diversas regiones del país. Su gestión cultural ha recibido algunos reconocimientos entre los cuales está la Condecoración Medalla de la Orden Nukak-Makú “Testimonio viviente de la humanidad”, Categoría Oro, Departamento del Guaviare, 2004.
Ha sido editora de libros propios y de otros creadores y cofundadora de periódicos, programas y revistas, entre las que se destaca Gato Encerrado, revista latinoamericana de Literatura de Arte y Literatura.
Como escritora ha cultivado la narrativa y la lírica. Su ejercicio literario profesional arrancó desde 1973, cuando publicó su libro de poesía La piel del agua. A la fecha, ha publicado más de veinte libros y tiene otros tantos en producción. Algunos de sus poemas y cuentos han sido traducidos al inglés y al mandarín, y han aparecido en diversas antologías. Sus más recientes novelas publicadas, son La catalana (2022) y Gente que camina, que se reedita por quita vez con esta edición.
Bogotá, marzo, 2023