Por Raúl Camilo Sánchez Parada | 11/10/2021.
La grandeza de la cultura azteca se caracterizó por sus construcciones monumentales o el “socialismo” Inca, los cuales son tan solo una pequeña parte de varios elementos que componen un relato que muchas veces encubre el dominio implacable de los imperios sobre otras etnias a las que juzgaban y explotaban.
Relatos como el del cronista Franscisco López de Gómara en “Historias de las conquistas de Hernán Cortés” recogió varios testimonios de Andrés de Tapia y Gonzalo de Umbría sobre la existencia de un osario.
Esos relatos fueron relativizados o descalificados por sospecha de subjetividad y falta de pruebas materiales, hasta que esa evidencia arqueológica se confirmó en 2017, tras varios años de excavaciones, cuando dieron con parte de unos muros elaborados con cráneos humanos, en el lugar donde estaba ubicado el Templo Mayor de Tenochtitlán en pleno centro de México.
Sin embargo, la Universidad de México, en un trabajo de nombre “Sacrificios humano; sangre para dioses”, explicó que el muro de cráneos hallado por los arqueólogos en Tenochtitlan, llamado “huey tzompantli”, era “un edificio cívico religioso donde se colocaban los cráneos de los sacrificados”, esas cabezas eran encajadas en el tezontle, una piedra volcánica de la región que anteriormente se llama justamente “gran hilera de cráneos”.