Por Mons. Libardo Ramírez Gómez
He publicado tres columnas anteriores, de tono firme en reclamo por asuntos tratados desfiguradamente, como afirmar que en Colombia estamos constitucionalmente en un “Estado Laico” (29-07 y 07-08), o que “la maternidad es un tema en plena evolución”, mermándole importancia a algo tan respetable para abrirle las puertas a “derechos” a la mujer, hasta permitirle el horrible crimen del aborto. He agregado, también, otro para señalar que, dolorosamente, hay pandemias aún mucho peores que el coronavirus. Pienso, ahora, que sea el momento de tratar temas confortantes, como los que he colocado como título de este escrito: Esperanza, Firmeza, Oración.
“Disminuyen suicidios”, “listo para inaugurar el túnel de la Línea”, “se detiene avance del Covid-19 en algunos países”, “se salvan las personas atrapadas en mina de carbón”, son noticias que, felizmente, llegan algunos días en la prensa escrita, en la radio y en la televisión. Nos llegan noticias tristes y dolorosas, pero también, gracias a Dios, algunas esperanzadoras como las anteriores, que tenemos derecho a disfrutar y comentarlas para hacerles frente, con serenidad y optimismo. Cómo nos conforta la Palabra de Dios, en distintas páginas, dándonos serenidad y confianza en medio de las mayores dificultades, y nos dan espíritu alegre para afrontar la vida. En estos días, con mayor tiempo para oración que conforta el espíritu, reflexionaba en este llamado del sufrido pero siempre animoso S. Pablo: “Que la esperanza os tenga alegres, estén firmes en la tribulación, sed asiduos en la oración” (Rom. 12,12). ¡Qué reflexión tan sabia, reconfortante y oportuna en tiempos de serias dificultades!
La esperanza, enraizada en la fe, no solo nos calma en momentos de angustia sino que nos da alegría, como dice el Apóstol. Es que, como se viene diciendo, en esa dimensión de creyentes: “convertimos los problemas en oportunidades”. En las dificultades, y en ese ánimo, no diremos “¿qué otra traba vendrá mañana?, sino: “vendrán mejores momentos”. Con sentido práctico, y confianza en Dios, ante las “tribulaciones”, y al sentir nuestras debilidades, nos sentiremos firmes y fuertes como lo expresaba el mismo S. Pablo: “cuando soy débil, entonces es cuando soy fuerte” (II Cor. 12,10). Digámoslo, también con una voz profana, como Winston Churchill: “De derrota en derrota hasta la victoria final”.
Concluyendo la recomendación paulina, no como simple consuelo sino con plena esperanza, digamos: “seamos asiduos en la oración”. Es actitud en la que hemos insistido, desde el Papa Francisco hasta niños, a la cual acudiremos fervorosos a Dios, como la humilde Cananea que le dijo a Jesús: “¡Señor, ayúdame!”, y perseverante en su súplica, aún ante inicial negativa, consigue lo pedido, la curación de su hija y la explicación del mismo Salvador: “mujer, qué grande es tu fe; que se cumpla lo que deseas” (Mat. 15, 28).
Ante todo lo anterior, aunque pueda reaparecer la angustia y el llanto, hay qué poner a la base de nuestro existir: esperanza, firmeza, asidua oración.
Obispo Emérito de Garzón